Pablo Cingolani
En la puna, hay vientos que hacen llorar. Si se te va haciendo la noche, y andas por las pampas de Siloli, y el viento de por allí, te agarra, te lo aseguro: vas a llorar, vas a llorar como lloran las guitarras.
Hay vientos inspiradores: los que bajan de la cima del volcán Licancabur y provocan el oleaje de la laguna Verde. Es inverosímil, a esas alturas, sentir ese dejavú de mares que te provocan los vientos. Es tan irreal que olvidas que estas frente a una hondonada repleta de arsénico, de ahí el color de turquesa a esmeralda de sus aguas, según como el sol las refleje.
Hay vientos inolvidables: el que rasgaba la canción más triste de todas, aquel verano lejano, mirando a la distancia los cerros, en medio de un celaje maravilloso, plantada la vagoneta dos días en el medio del salar, por los lados de Colcha K, con el agua encima de los tobillos, parados como dos estacas sobre su superficie líquida, extasiados y en silencio, hace ya tanto tiempo, con el Guillermo.
Hay vientos y vientos. Vientos que te arrebatan ponchos y esperanzas. Vientos, olores de vientos, que provocan la dicha de saber que vas hacia el lugar correcto. Lo que sí, lo que es seguro, es que todos los vientos de la puna se llevan las mentiras lejos. Las exilian, las despojan, las limpian de la tierra. Por eso, en la puna, todo o casi todo es verdad. Pero son verdades tan duras que sólo algunos, muy pocos, se atreven a resistirlas.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 10 de abril de 2017
Imagen: Licancabur y Laguna Verde, Mapio. Net
0 Comentarios