Miguel Sánchez-Ostiz
Ya estoy tardando, pero no renuncio a hacerlo más pronto que tarde, como quien se mete espuela a sí mismo, jinete de alma perdida que se hunde en la noche (la de vueltas que le he dado al relato de Irving desde que lo leí de niño).
Kay llakikuna, kay phutikuna,
amaña kaypi kachunchu.
Amaña ima llakipas kachunchu.
amaña kaypi kachunchu.
Amaña ima llakipas kachunchu.
Estas penas y tristezas / que ya no estén más aquí. / Ninguna tristeza se quede aquí.
Esto copio De Ina Rösing, la autora de Las almas nuevas del mundo callawaya (Análisis de la curación ritual callawaya para vencer penas y tristezas). Nada que ver con la fotografía que es de la feria dominical de La Ceja, de El Alto, por donde estaba el librero de batalla y derribo al que una chola como las de la imagen le increpó impaciente: «¡¿Pero cuándo me vas a traer mi Flavio Josefo!». Y volver, volver… Chuquiago marka, encrucijada y fuga (título provisional) mi crónica de esa ciudad que te agarra y no te suelta que, ahora sí, ahora va a ver la luz, en su sitio además, la ciudad de La Paz, Bolivia.
No solo me he acordado de los rituales callawayas para espantar el susto (algo que hacían los curanderos del Pirineo navarro a finales del XIX) y recuperar el alma, sino de una conversación con Víctor Hugo Vaca Guzmán, maestro charanguista, en Sucre, un pozo de información sobre usos y costumbres de la población originara de Chuquisaca.
A lo dicho, y volver, volver, volver…
*Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (27/4/2017)
*Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (27/4/2017)
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