Pablo Cingolani
Nada es tan extraño y, a la vez, tan próximo. Nada es tan hostil y también tan amable. Nada es tan inasible y se puede rozar, tocar, acariciar, con las manos. Nada. Nada de nada es tan maravilloso, tan incitante, tan vital, nada es capaz de conmoverte tanto: nada es tan real, nada es más ensoñador.
Nada es tan manso, nada es tan rebelde. Nada es así de efímero así como es eterno. Nada es tan colosal y a la vez, tan tierno. Nada puede develarte tanto como lo que te esconde. Nada conjuga tantas epifanías como secretos. Nada es tan ausente como presencia; nada es tan presente cabalgando todas las ausencias.
Nada es tan decidido a llegar hasta el final: nada es tan igual a la muerte, a un cierre digno, una metáfora.
Nada es tan indomable. Nada es tan cierto.
Nada es tan sagrado. Nada está tan revestido de fe, de amor, de piedra, de abismos, de desasosiego, de premura, de canto, de poesía, de astillas, de dudas, de esperanza. De cerros.
Nada atesora tanto hechizo. Nada carga tanta magia, tanta osadía, tanta ansia.
Nada yace y se eleva. Nada está quieto y se mueve. Nada es imposible.
Nada se agiganta a cada rato. Nada es tan feliz. Nada es más triste cuando te olvidas. Nada es peor que el olvido. Ni la muerte.
Nada es tan amante de las estrellas. Nada está más cerca del cielo, de la Chakana, de la Cruz del Sur. Nada es igual de interminable, igual de infinito. Nada nos puede unir tanto, hermanar, abrazar y labrar un destino común.
Nada se merece una celebración así. Nada se merece una fiesta, dos, tres, miles de fiestas y de Vietnams a su alrededor. Nada procura tanta alegría, tanto fervor.
Nada se compara a vos.
Nada se compara a los Andes.
Nada atesora tanto amor, tanto dolor, tanta celebración, tanta pasión como las piedras que camino y camino y van forjando un horizonte y van contando su historia y van diciéndome, cada vez: no me temas, no te agobies, no cedas, no llores.
No te rindas.
Nada se compara a vos.
Nada se compara a los Andes.
Nada se compara a los Andes en la intensidad de la voluntad, en el amor despojado a lo que hay que amar, a la causa, a lo amado; nada se compara a los Andes en la voluntad puesta a prueba y el amor que se templa como el acero; nada se compara a los Andes por ese aliento que ronda, por ese ardor que es roca, es nieve, es sol como hachas, es tempestad, por ese arrebatarse, arreciarse, alumbrarse y amanecerse por la victoria.
Son los Andes, mi amor.
Son la victoria de América.
Nada es comparable.
Nada se compara a vos.
Nada se compara a tus piedras.
A toda esta dicha, a toda esta fiesta.
Nada pero nada se puede comparar con vos.
A tu belleza, a tu dignidad, acaso tu sacrificio.
Nada se compara al amor.
Nada se compara a los Andes.
Pablo Cingolani
Río Abajo, Machaq Mara, 2017
In memoriam Guillermo Aguirre y Manuel Scorza.
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