Pablo Cingolani
El segundo mejor libro sobre ballenas es, sin dudas, Dama de Porto Pim del gran Antonio Tabucchi. Eso de “rankear” el libro es una joda. La obra ballenera del italiano es inmensa y es tan evocativa y tan bella como Moby Dick. Por momentos, la belleza que atesora el libro de Tabucchi te hace olvidar el celebrado drama de Melville. Donde el yanqui ve inquietud y zozobra, amenaza y desastre, Tabucchi ve lo contrario: la ballena deviene un arquetipo de la calma perpetua, la serenidad merecida, la sabiduría real, sin fisuras, de ese algo que está más allá del bien y del mal.
Dama de Porto Pim es un libro amable porque es un libro caleidoscópico, un libro tejido de climas, texturas y fragmentos, un libro extraño: bitácora de pequeñas epifanías, algunas terribles, pero que todas conjugan un solo verbo. Hay que alegrarse en esta vida sino te mueres.
Una ballena ve a los hombres es uno de esos textos que si lo lees, no te lo olvidas jamás. Una ballena, memoriosa y sabia, nos examina. Somos bichos raros vistos desde el ojo cetáceo. Tememos al agua. Cantamos solos y puros desgarros. “Es evidente que están tristes”, sentencia la serena monarca de las aguas.
Otra joya que Tabucchi introduce en su obra es una larga cita de Michelet –si, el mismo: el historiador francés que, revisando su biografía, es comprobable que escribió sobre casi todo. En su extensa bibliografía, hay un libro titulado El mar, editado en 1861, y donde describe el enamoramiento entre las ballenas. Es tan conmovedor el relato del galo que uno entiende el porqué los animales más grandes de la Tierra están más allá del bien y del mal. No sólo habitan los océanos, habitan el amor. De ahí, la calma.
Lo único que no perece, lo único definitivo, es el amor. Según Michelet, citado por Tabucchi, una ballena para encontrarlo es capaz de nadar hasta el fin del mundo, hasta “las ensenadas solitarias de Groenlandia” o “las brumas de Bering”. Ningún padecimiento puede vencerlas. Michelet asegura que ellas se procuran soledad, gravedad, belleza y emoción para la ceremonia de amarse y “una voluntad manifiesta”, dado su tamaño, dadas las distancias, dado el desafío, dada la intensidad.
Dama de Porto Pim sucede en las Azores. Es, a la vez, un hermoso ejemplo de literatura de islas, de confines. En la antigüedad, a las ballenas, muchas veces, las confundían con eso: con islas. Puede que en realidad, lo sean. Islas de una sensibilidad que desconocemos. Islas de una memoria que hemos olvidado. Archipiélago de una felicidad que alguna vez sentimos y que deberíamos recobrar.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 27 de septiembre de 2017
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