Pablo Cingolani
Hay muchas anécdotas de la Revolución Rusa pero la que anotaré es una de las mejores. Sepan disculpar el tono pero así la vuelvo más simpática.
Dicen que estaban Lenin y Trotsky conversando. Un vaso de vodka cada uno, y dale, puede ser. La cosa es que Lenin le dice. Mirá, León, creo que vos serías un buen canciller para el gobierno de los Soviets. Trotsky lo mira a Lenin y le responde: mirá, Vladimir, con los quilombos que tenemos acá en Rusia, nos van a atacar por todos lados, tenemos que construir el socialismo que todavía no sabemos bien de qué se trata y vos encima querés ponerme a mí, a un judío, de ministro de relaciones exteriores… eso va a traer más quilombo, querido camarada.
Lenin no se convence, contraataca: ¡Ay, León! ¡Hermano querido! Ahora resulta que hemos hecho la revolución para tener que prestarle atención a los prejuicios y a la idiotez que puedan existir porque nombremos a un ministro judío… ¿acaso no hicimos la revolución para acabar precisamente con eso?
A lo que Trotsky le responde: Mira, Vladi, con la revolución podemos acabar con muchas cosas pero con la estupidez humana, estoy seguro que no.
Lenin le empuja un sorbo bravo al vaso de vodka y la remata diciendo: ¡carajo, viejo! Y si no podemos terminar con la estupidez, ¿qué es la revolución y para qué la hicimos?
Por si acaso, la historia es real y está contada en Mi vida, las memorias autobiográficas de Lev Davídovich Bronstein, más conocido como León Trotsky.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 26 de octubre de 2017
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