Roberto Burgos Cantor
Entonces.
La vida va tejiendo su tapiz de hilos caprichosos, puntadas imprevistas, telar incansable. ¿Quién pone los colores? Ese amarillo solar de huevo incendiado que ilumina los días de niebla en la morada de la mesta y la artífice Marta Viñals titulo, Nocturno africano.
Quizá los hilos con nudos traen el origen, las pausas, y después el paralelar de amistades.
De estas persistencias aparece una imagen difusa de infancia. Es probable que de tanto oír los cantos de las muchachas que ayudaban con los oficios domésticos, verlas en su ritual de hacer gárgaras de agua de mar antes de buscar el tono, después desfilar como princesas de desierto por el malecón, y lanzar al cielo sus querellas de amor, sus protestas contra la injusticia, sus picardías de quien a lo oscuro mete la mano en la empalizada, ese coro, me haya inclinado a querer ser músico.
Mis padres, el mago de las navidades me regalaron una preciosa orquesta alemana. Clave, platillos, bombo, tambor mayor y redoblante, marimba, y asiento para el dios de los nuevos ruidos. Dejemos que la ilusión agregue: un cornetín chino, una flauta de faquir.
De repente llegó a casa, una de las quintas de El Cabrero de vecindad amable entre almirantes, arroceros, comerciantes, médicos, abogados, hoteleras, Presidente muerto, tenderos, párrocos de una misa diaria, embalsamadores, sastres, pescadores, maestras, un torero, un pirata jubilado, y el mar, el mar misterioso de un lado, y la ciénega de mangles, cangrejos y ostiones, del otro, a casa llegó, un niño con una orquesta igual a la mía.
Motilado a la usanza, acero alemán de cuartel, fue presentado por mi madre. Dijo, Arnulfo, tu primo. Los años me enseñaron que ese nombre no tiene diminutivo. Él y yo de pasado escaso, todavía en una niñez sin sueños de sicoanalista, pusimos la banda en el patio, abrimos el portón que daba al mar, y tocamos como locos las irrepetibles improvisaciones de una breve vocación.
Así hasta desfondar los tambores. Así, preguntando por la clave.
La amistad de ese momento carece de muchas palabras. Hay sobre entendidos.
Mi vocación siguiente fue ser boxeador.
Un niño de la misma silueta de Caraballo por esa edad, me hostigaba con burlas.
El álbum de caramelos del deporte me mostró a Patterson, Marciano. Pensé que esas poses eran suficientes y pedí a Arnulfo que fuera mi esquina.
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