Concha Pelayo
Leo en Babelia del País de fecha 14 de abril un interesante
artículo de Manuel Vilas sobre el Pudor, ese pudor que tienen muchos escritores
españoles que no son capaces de escribir con la libertad que le pide el cuerpo
y disfrazan la realidad con subterfugios llevando al lector por pacatos vericuetos y juegos de palabras que
empañan lo que está latente y que el lector adivina. Pero así el escritor se
siente más o menos seguro, como en el confesionario, con la rejilla que le
separa del confesor.
El pudor tiene mucho que ver con la época que vive cada cual
y con las circunstancias culturales. En España, la dictadura franquista y el
catolicismo, aquella España en blanco y negro de nuestras abuelas arrodilladas
sobre cojines de colores en las iglesias, cuando a los santos se les vestía de morado y sonaban las
carracas en Semana Santa nos marcó a muchos españoles y nos sigue marcando
cuando nos enfrentamos a contar algo, negro sobre blanco.
En mi libro “Cartas sin vuelta”, cuyo prólogo escribió Carmen
Rigalt, dice que esas pinceladas de
memorialismo que utilizo le supieron a poco y me invita a que explore el
registro del pasado, que no me corte, vamos. La avispada Rigalt adivinó en esas
cartas que quedaron muchas cosas por decir, esas cosas que se empoderan de ese
pudor añejo y decimonónico que todavía se arrastra por España, del que habla
Manuel Vilas.
Hoy mismo, ha venido Rajoy a Zamora. Las calles céntricas,
copadas de policías, de hombres desconocidos, trajeados, en chandall, o con
jerseys, todos ellos, ojo avizor, intentando detectar al revoltoso. O al
terrorista, quién sabe. Rajoy ha venido a Zamora, entre otras cosas, a que le
impongan la Capa Alistana, una prenda tosca, parda, que utilizaban mis abuelos
y que yo miré asustada tantas veces, colgada sobre una percha detrás de la
puerta del dormitorio de mis abuelos.
Aquellas capas se utilizaban para protegerse del frío cuando se iba al campo
con el ganado y ahora se guardan con amor, como oro en paño. Era una prenda
revestida de dignidad porque quienes la vestían la tenían. A mi, hoy me pide el
cuerpo decir aquí, que Rajoy no merece ponerse esa capa, ni tenerla, ni
siquiera aceptarla, porque la dignidad se disipa entre palabras, actitudes y
acciones. Me adhiero a esos zamoranos que se han sentido ofendidos e indignados
por haber impuesto esa preciosa capa a M.Rajoy. Pues mira, lo he escrito. Sin
pudor.
Volviendo a Manuel Vilas y a su artículo en el que habla de
sus padres, Carmen y Manolo, a los que yo conocí en los años que viví en
Barbastro, cuando el autor, Manolín por aquel entonces, tendría unos ocho o
diez años.
Yo andaba por los treinta y sus padres por los cuarenta pero
fuimos muy buenos amigos y tuvimos grandes conversaciones. Dice que sus padres
pertenecieron a una generación que no tuvieron acceso a la cultura pero que “sí
estuvieron vivos”. La vida está ahí, al alcance de cualquiera y hay que
incorporarse a ella y doy fe de que Carmen y Manolo se subieron a ella sin
prejuicios y sin el pudor al uso imperante.
El artista, ya sea desde el mundo de la escritura, de la
pintura o la escultura, incluso de la música, se vale siempre de lo que tiene
en derredor para crear; de su casa, de su familia, de los árboles que vio por
primera vez en el huerto de sus abuelos, de los álamos que crecen en las
orillas de los ríos. Se alzan los troncos y se nos antojan fantasmas
amenazantes o cautivadores. En sus cortezas se dibujan vulvas femeninas, el
sexo siempre presente en nuestra psique,
como ya afirmara Freud. Las ramas a modo de muslos femeninos que se abren al
cielo a los que une un enorme sexo femenino. Los sueños se entremezclan con la
realidad y la mezcla de ambos da como resultado una literatura nueva, fresca,
atrevida. O una obra de arte en evolución para iniciarse el surrealismo. Tal
vez el escritor es mucho más comedido que
el artista plástico a la hora de exponer lo que lleva en el
subconsciente o en la memoria.
Algunos escritores jamás escriben sobre sí mismos. Yo no
sería capaz de hacerlo porque escribir es la mejor forma de que me conozcan y
sobre todo, porque es la mejor forma de conocerme a mí misma lo que juzgo casi,
misión imposible.
Y en estas ando.
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