Roberto Burgos Cantor
Roberto Burgos Cantor ©Arcadia |
El elemento que más desencadena odios irreconciliables, disputas sin final, es aquel referido al gobierno, sus formas, sus acciones. Hasta tal extremo que, de revisarse por años los programas con los cuales los candidatos a Yo, el Supremo, hacen promesas a la hoy dispersa y agotada masa que se llamó electores, se hallarán verificaciones de interés. Entre ellas: Predominan ofertas económicas que jamás se realizaron. Aumentar la tasa de crecimiento. Bajar los impuestos. Atender la saluda pública. Financiar la educación pública gratuita. Disminuir el desempleo. Bajar la inflación. ¡Ay! las cacareadas reformas agrarias y urbana. Y los temas de los ilustrados, de los cuales lo que más sabe la gente es sufrirlos. El transporte, la justicia, la Constitución.
Predominan los abstrusos asuntos económicos con sus logros mediocres. La compasiva conformidad con las migajas de apariencias. Ambiciones derrotadas que vuelven a nuestros ex gobernantes seres quejumbrosos, cínicos, mendigos del mando y otra oportunidad, tira piedras del que los sucede, reclamadores de la estatua que no les debemos.
Así, una vez que se posesionan de Presidentes, sorprenden con algo que no fue ofrecido. Y, sin duda las dificultades que se imponen en un país que quiere someter todo a estatutos normativos y cuando la descuidada realidad desata sus inundaciones, sus volcanes, sus terremotos, la demencial violencia, ¡ay que mala maldad! no se sabe qué hacer.
Entonces se piensa que mantener el enredijo de la vida, no querer educar como debería educar el extinto leviatán que denominan Estado, es parte de un plan para llegar a la no- vida, a su imposibilidad.
Si nos educamos, podremos declarar cesantes, indeseables, a los gobernantes, líderes, jerarcas, patriarcas, jefes, caudillos, profetas, pastores, reyes y toda esa ralea de quienes viven de la añagaza de mantener la mentira de que el ser humano requiere de domadores.
A veces, el optimismo. ¡ Probemos! la sencilla alegría de la vida.
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