Sintiendo a la vida con un pijcho en la boca


Pablo Cingolani

Uy, dios, ya cumplí 55 años y lugar común: me cuesta creerlo
El Ricardo me decía: vos sos un sobreviviente, y yo sigo aquí
Tecleando esta máquina insensata, y él, el “68”, mi amigo
Mi compañero del alma y de la JP, el, él está muerto: aún más, me cuesta creerlo

¿Qué hace que este ripio por donde rumbeamos siga horizonte y brillo?
¿Cómo no nos asfixiamos en medio de tanto derrape y tanto dolor?
¿Será que estrella astilla y duele y aúlla y estalla e igual se zafa?
¿Será que es así nomás y uno se está y resiste aunque duela y demuela?

Yo no lo sé. Lo que sí me consta es que medio siglo y un lustro he ido y he vuelto
He nomadeado cargando al Riki y a todos mis muertos conmigo y no me pesó
Saber que yo caminaba con ellos, recordándolos, sabiendo que no murieron en mí

Yo sé que si un día los olvidase, me perdería, me iría al carajo, me incendiaría
Por eso vuelvo siempre a los lugares amados, a los seres con quienes los compartimos
Porque allí está mi vida, allí está la vida. Los escribo, y con un pijcho de coca en la boca
Es mejor. Es más dulce para resistir el dolor. Es mirarlos. Es, otra vez, sentirlos vivos.

Pablo Cingolani
Río Abajo, 16 de septiembre de 2018

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