Un buzón para otras cartas / Baúl de Mago

Roberto Burgos Cantor

Estos días en que la vida colombiana oscila entre concluir un ciclo, o mantener las frustraciones que aprisionaron la esperanza, quienes sobrevivimos a los entusiasmos y desencantos de la década prodigiosa, volvemos con resignada aceptación, a revisar ese pasado¿? de ambiciones de absoluto.
Me entretuve en buscar, Mutis diría “como un cazador que a su regreso encuentra sus marcas en la brecha”, aquellas huellas que conservan momentos.
Como muchos, acudía a la literatura para comprender el mundo, saber del absurdo y del sentido de la vida. La resistencia al sufrimiento. La empecinada creación del amor. Y las controversias de las ideas políticas como una manera de diseñar el futuro.
Era innegable que esa voluntad de renovación total tenía cierta coherencia con quienes la anhelábamos desde nuestra naciente, inexperta juventud. El universo que mirábamos, los días de la existencia vividos, eran, si acaso, un grano de arena, un minúsculo desprendimiento de luz del cielo de los luceros. Desde ese pequeño David con honda empujábamos como un Sansón los cimientos de un castillo, un palacio, levantado por siglos.
Quizá, la anterior circunstancia, nos permitió encontrar en la literatura, lectores incipientes, que la mayoría de los textos de los escritores que indagaban su antecedente, se referían al padre. Aún desconozco si en esa forma de cartas explicitas o disimuladas, se trataba de acercamientos a una figura que de alguna manera constituía, también, imagen del poder. Los momentos imperecederos de las tragedias griegas. Kafka y su carta al padre, además La Metamorfosis, o como se llama ahora, La Transformación. El conmovedor libro de Peter Weiss, Adiós a los padres. Ellos, los padres, permitían acrecentar la vida escasa que habíamos hecho. Esto como experiencia propia, y ¡claro! los libros.
¿Las madres? Fuera de Gorki no conozco una visión directa. ¿Madre coraje, de Brecht? Los conmovedores instantes de Proust cuando el narrador espera a su madre para poderse dormir. ¿Debilidad o ternura?
Entonces vi una ausencia: la carta al hijo. Como si fuera el momento de rendir cuentas, No a la manera de Carta a un niño que no nació, de la Fallaci. El motivo de no aceptarla para mi generación, es que escribir a quien no nació, es impune. Se escribe a ella misma. Sin desprendimiento.
Tal vez para quienes consideramos que el padre oscuro es una artimaña del poder, impositivo y muchas veces lo condenamos como violador de las hijas, sea útil explicarnos ante quienes engendramos. Contar de mi cochecito sin Potemkin en la niebla. De los gritos en el restaurante italiano de Layo. De la lámpara que arrojé a la lluvia y siguió encendida.

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