El destino no tiene sentido, hasta que lo encuentras
Estaba ahí, desvelándose, hasta que lo viste, lo oliste, lo sentiste
Ibas por ahí, ibas por la huella, sin saber de amarres o de estrellas
Ibas por ahí, sin entender que padecer es vivir también
Y que el que padece, no perece, el que padece, el que tiene conciencia
De su padecer, no parece: simplemente, es, se está, empieza
A entender que el destino lo acompaña y lo alumbra o se alumbra
Solo en su acompañamiento febril, incesante, perpetuo
El destino es eso: es la convicción de que para algo viniste a este mundo
Y el mundo puede que sea hostil pero eso no significa que el destino lo sea
El destino es siempre deslumbrante, atrapante, movilizador
Hay que sentirlo vivo, hay que encontrarlo, para que me entiendas
Ayudan los desiertos donde hasta los cactus claman por una verdad
Aportan su dosis el sacrificio, la extenuación, el apasionamiento sin límite
Contribuyen a aclararte la sed, el hambre, la necesidad de una mística
Vas por ahí pero vas con fe y el día menos pensado, lo encuentras
Y ¡por Dios! no huyes frente a su presencia, no lo esquivas, no dudas
Los hombres se envanecen con cosas, con artefactos inútiles, con palabras huecas
Los hombres se encandilan con luces de artificio, con maniquíes y con vidrieras
Los hombres se cargan de necedad con el dinero que los corrompe y los exilia
Hay un lugar donde sólo hay nieve o sólo hay piedra o sólo hay viento
Hay un lugar donde sólo hay despojo, el continuo despojarse de lo superfluo
Y lo estéril, de lo vano y lo elusivo, de lo que no tiene raíz ni vuela
Hay un lugar donde no hay casi nada pero donde está todo y todo danza
En ese lugar, hallarás al destino, tu destino. Luego lo alientas, te calmas y vives nomás.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 5 de diciembre de 2019
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