Miguel Sánchez-Ostiz
Yo no sé si los militares que saludaban de manera reglamentaria a un tipo absuelto in extremis de agresión a fuerza armada y otros delitos concordantes, pero que apellidaba Franco, lo hacían por convicción o porque no sabían qué hacer. Me temo que, en algún momento, al Gobierno se le fue de las manos el asunto y, por muy festejado que fuera el acontecimiento entre activistas y familiares de víctimas del franquismo, aquello se convirtió en una truculenta mojiganga de homenaje al dictador y de exaltación del franquismo: la información se convirtió en publicidad que cada cual ha interpretado a su manera: con silbas y aplausos encontrados.
Con todo, la exhumación del dictador es agua pasada, nieve de ayer, un llamativo fuego de artificio de un día con mucha bambolla teatral, cuyos protagonistas indiscutibles fueron los herederos del dictador y su féretro, algo de verdad insólito, y en un segundo plano los representantes del gobierno con más cara de asco que otra cosa. El protocolo se equivocó o no calculó el alcance de la ceremonia. Pero lo cierto es que lo sucedido supone una mordaza hasta para quien maldijo a la representante del gobierno con un conjuro propio de Harry Potter, algo que los retrata, y sobre todo un gran lección: no hubo profanación ni jolgorio revanchista (legítimo) ni falta alguna de elemental respeto. Se trató con miramientos a quienes han hecho todo lo posible para evitar esa exhumación. Miramientos de los que no han disfrutado familiares de otros fallecidos. Por no hablar de las reiteradas actuaciones filogolpistas de la fundación que lleva el nombre de su causahabiente –convertido para ellos en marca comercial con solera que asegura en la práctica la total impunidad–, y que en otros países son delito porque la exaltación y el culto de regímenes criminales lo es. Pero España es diferente y cuando no mira para otro lado, lo hace cara al sol, cada día con más desvergüenza y convencimiento.
Cabe decir «Ya está bien» con Franco y su ciénaga, pero no, no está bien, hay franquismo para rato, por mucho que se niegue. De hecho es posible que su versión actual pueda convertirse en la tercera fuerza política del país... ¿Cómo se entiende eso? ¿Con que era cuatro gatos? Ese desdén es imprudente y engañoso porque ni lo fueron ni lo son.
Lo que cuenta ahora es otra cosa: sacar los restos de todos aquellos que fueron allí enterrados sin el consentimiento de sus familias, los llamados en documentos de la época «sacrificados», expresión que evita referirse a la autoría del crimen y elude expresiones como «asesinados» o «ejecutados de manera sumaria»; sacar al abad falangista de la basílica y recomponer todo lo relacionado con esas instalaciones; anular todos y cada uno de los juicios sumarísimos por los que fueron ejecutadas miles de personas; emprender un definitivo proyecto de apertura de fosas, identificación de cadáveres y sepulturas dignas para los restos, algo que de manera asombrosa no goza de un respeto generalizado; ilegalización de la Fundación Francisco Franco; penalización de la exaltación del franquismo y prohibición de símbolos fascistas; investigación oficial exhaustiva de títulos de propiedad de la familia Franco, como han hecho otros países... Es decir, que puestos a dar carpetazo, queda mucho camino por recorrer para que las huellas de la dictadura franquista queden de verdad atrás y sobre todo para que no vayan a más, algo que salta a la vista y es del dominio público, por mucho que se niegue. Para muestra, lo sucedido en el Parlamento Europeo con los energúmenos de VOX. Y no solo eso, sino el insuficiente eco que encuentra la creciente muestra y exhibición de símbolos e himnos del fascismo español como signo identificador del ideologías de la extrema derecha del presente que cobra importancia política regresiva en la vida pública del país, día tras día. Aquí la tolerancia sectaria y discriminada se está convirtiendo en complicidad e indiferencia y esta es un cepo, más a la corta que a la larga.
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Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (2/11/2019)
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