Llueve en Antaqawa

Disfruto mucho la lluvia, por eso la escribo. Escribo que cuando cae la lluvia, aquí en los Andes, en una cabecera de valle, es más copiosa aún. Y los rayos son espantosos y son tantos que no es difícil entender porque la deidad que los encarnaba entre los originarios, era la más temida y la más venerada. Los dioses nos han abandonado: sólo nos queda el temor.

Siento a la lluvia. Siento esa sensación de suspensión total. Siento su fuerza contenida. Siento ese drama íntimo de intuir que la lluvia, tal vez, no cese, siga, siga sin parar, diluvie y el mundo se vuelva a inundar y llenar de agua como en los tiempos antiguos.

Eso le decía al gato mientras oíamos los truenos y él se asustaba. No tengas miedo, gatito, le aseguraba: Illapa nos protege. Él no dejará que nos ahoguemos ni que nos devoren los grandes peces del mar. Si estamos juntos y redoblamos la fe, él sabrá cómo ampararnos. El gato se durmió entre mis brazos. Amo la lluvia.

Pablo Cingolani
Antaqawa, 20 de diciembre de 2019

Publicar un comentario

0 Comentarios