Roberto Burgos Cantor
En tiempos de zozobra, apelar a los recuerdos alivia del desencanto. Aparecen corales incontaminados, zonas donde todo valió la pena y quien participó se supo vivo, libre de añoranzas. Como las piedras de ámbar, el ojo del tigre, el colmillo de caimán relleno de hilos y semillas.
Al contrario del lamento del bolero, recordar para qué, aquí se recuerda para visitar huellas de la vida, vivencias perfectas que quedaron allí, sin lamentos por incompletas ni ambición de repetirse. Huellas de un rumbo de la vida que nadie guardó, ni les construyó un museo. Están porque si.
Ideas como estas, en medio de un presente donde lo efímero se repite como incapacidad, no como renovación, y parece un tiempo atascado por el peso de una conformidad vulgar, me llevaron a apreciar el libro, Si no la cuentas tus hijos la olvidan, de Juan Dager Nieto.
Quizá, marcar los senderos de pertenencia ayude a los miembros de una comunidad a reconocerse, a alejarse del vacío que impulsa a tantos a hallar en la corrupción un logro deseable que realiza el sueño o la pesadilla del dinero.
Esa especie de tradición sin alborotos ni escándalos, sin magnificar el transcurso de la vida con dificultades y satisfacciones, a lo mejor constituye la reserva para enfrentar las claudicaciones, potenciar el valor de la resistencia.
Ahora que Antanas Mokus, vuelve a la política por la puerta del Senado, ha dicho, a propósito de la corrupción delirante que se apoderó del mundo, que la solución no es aumentar los castigos contra los delitos, que basta con la vergüenza y el arrepentimiento del bandido.
Lo anterior sería correcto si los sentimientos invocados existieran en el criminal de hoy. Justo un problema es que el delincuente se enorgullece de su crimen. Por ello desapareció la sanción moral. Incluso dudo de que aumentar penas sea el camino de redención. Este delincuente de hoy está desprendido de cualquier orden. Está al acecho.
Por ello, rescatar el culto a lo que cada grupo humano ha hecho es necesario.
El libro de Dager Nieto, con sus imágenes de infancia, las cartas, la vida de sus mayores con las alegrías de la época, Gardel, María Felix, la importancia del barrio, la escolaridad, la religión, las comidas, muestra la dignidad de un pasado que al preservarse apunta a un porvenir posible.
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