Miguel Sánchez-Ostiz
Thelonious Monk. Underground. El disco lo perdí durante mi servicio militar en Valladolid. Era un regalo de un amigo. Pena. A Monk lo descubrí hacia 1970 gracias a Julio Cortázar, en las páginas de La vuelta al día en ochenta mundos, libro que me regalaron por mis 20 años.
Hoy escribía de la cubierta de ese disco a propósito de un contenedor lleno de cuadros con el que me tropecé una mañana de niebla, de diciembre de 2001, en la calle del desengaño, de Madrid. Tengo la manía de asomarme a los contenedores. En una ocasión encontré los restos de una enorme biblioteca. En el de aquel día encontré un cuadro pop, rojinegro, titulado «Homenaje a Thelonius Monk», que me pareció una birria, no así dos oleos que todavía conservo, misteriosos, en la línea, tosca, de Zobel y un dibujo al carboncillo de un balcón galdosiano, que parece de Isabel Quintanilla. De pronto, salidos no sé de dónde, una turba de mendigos, borrachones y vagabundos urbanos se echaron sobre el contenedor y empezaron a reñir con aquel montón de cuadros de autor desconocido «Todavía veo a un vagabundo urbano, jinete sin caballo, escapar a la carrera, calle adelante con su botín debajo del brazo en busca de que a cambio del cuadro le dieran un jaco para un rato…», eso escribo en las páginas finales de Moriremos nosotros también donde me refiero a Underground de Monk y a sus cartuchos de dinamita evocando a Ann Marly en su himno de los partisanos: «¡Saboteador! ¡Cuidado con tu cartucho de dinamita!».
*Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (14/9/2020)
0 Comentarios