Miguel Sánchez-Ostiz
El querulante, incorregible pleiteador, vive de su querulancia, si esta le faltara, la tierra bajo sus pies se haría humo. Por nada en el mundo se dejaría convencer de que no tiene razón en lo que con tanto ahínco sostiene; perdería el proceso judicial si lo emprendiera y tal vez lo sepa, porque a veces los emprende y los pierde, con costas, pero eso no le importa con tal de seguir con la murga de estar en posesión de la verdad y la razón y de todos los derechos que las leyes prescriben para casos que no son el suyo, y no le importa porque lo que de verdad cuenta es el reclamar... donde no debe, encima.
Patético ese querulante en lucha contra el mundo, en solitario o acompañado de acólitos de ocasión que le dan la razón en todo y azuzan... mientras pague el gasto de las rondas.
En plena actuación al querulante, disfrazado para la ocasión de Capitano Spavento della Valle Inferna, le oirás decir con firmeza, al tiempo que patea las tablas del escenario ruinoso, que no le importaría ir a la cárcel con tal de salirse con la suya.
Gente que enseña los dientes y amedrenta con el cultivo de aires de matasiete, y que sin venir a cuento te avisa de que «a las buenas», lo que ella quiera, pero «a las malas»... «a las malas» es llevarles la contraria y tienes la bronca sus porfías aseguradas.
Las razones del querulante: las suyas en exclusiva.. No le convencerá de su error ni una sentencia judicial y esto menos que nada, lo suyo es el erre que erre, vive de eso, quedó dicho.
Cuando sin venir a cuento se te presentan al grito de «Somos buena gente», puedes estar seguro de que es el anuncio de que tarde o temprano van a intentar avasallarte.
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*Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana, 18/3/2021
Imagen: Jean Michel Basquiat
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