La otra vez, tres años atrás, Carolina se había desmayado en la travesía. Por eso, yo andaba expectante: cuidado pasara lo mismo. La idea era que cruce su propia dead-line, su punto de no retorno. Por eso, para eso, yo andaba caminando entre las piedras, repitiendo como un disco rayado: un pie sigue a otro pie, un paso sigue a otro paso. Cuando superó el lugar donde, literalmente, se había caído frita –el sol te raja y te cocina-, respiré aliviado, dejé a un lado mis letanías y la aplaudí: se lo merecía.
Hablamos de caminar a 4200 metros de altura, tres, cuatro horas de faena para llegar hasta allí, un pie sigue a otro pie, un paso sigue a otro paso: esa es la verdad, la única verdad –la realidad diría JDP- de la montaña (para los no montañeses, o sea el 99.9 por ciento de los terrícolas). Vaya si es hostil el entorno, pero, en suma, de eso se trata la vida: un paso sigue a otro paso.
Es la experiencia la que sustancia la vida de cualquiera. O se hereda o se adquiere, pero siempre hay que probarla, ponerla a prueba. La vida es eso: un camino de experiencias que hay que saber recorrer, andar, andarla. La vida es un espejo, decía el Mahatma, el Alma Grande, y tenía razón: sólo así, experimentándolo, pudo liberar la India del colonialismo inglés, hizo de su vida, de su experiencia de vida, de su pacifismo, de su no-violencia, un destino para millones de seres, demasiados, y hasta eso, incluso, le dé la razón. La única verdad es la realidad decía Juan Domingo Perón, un montañés de alma.
Nosotros, los latinoamericanos, los indoamericanos, los que somos y estamos (y cómo quieran llamar a lo que somos y estamos de este lado del mundo), seguimos dando vueltas como trompos (Arguedas: Los ríos profundos) sin encontrar el espejo, ese espejo del que hablaba Gandhi, donde nos reflejemos, donde nos alegremos de ser nosotros mismos, donde paso a paso, acabemos con tanta desigualdad que nos asfixia y (re) fundemos el pacto vivencial que nos nutre, como a ningún otro pueblo de la Tierra, desde la California hasta Tierra del Fuego.
Ese espejo necesario, imperioso y urgente tiene una indudable devolución en esa magnífica y colosal cordillera que nos sirve de espinazo, de columna vertebral, de axis mundo: los Andes.
Las montañas le dan sentido y forma al continente donde habitamos, son el espacio esencial y fecundo desde donde nuestra manera de ver, ser y estar en el planeta, cobra vigencia, se estira y se expresa.
Por eso, por todo esto, celebré que Carolina no se haya desmayado sino todo lo contrario, y que hayamos llegado juntos a donde el agua es pura agua y agua pura, agua de vertiente, agua de vida y agua que vitaliza, agua tan simple pero tan capaz, tan feraz, tan evocativa, que desde allí, desde ese rincón indómito de los Andes, un paso sigue a otro paso, una gota sigue a otra gota, va a desaguar al océano Atlántico, va a besar las arenas de la isla de Marajó, va, si así lo quiere, a inundar al mundo con este mensaje.
Un paso sigue a otro paso, y así hasta la victoria (y los mártires que nos miran y esperan desde las cumbres de las montañas)
Pablo Cingolani
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