Canción del vagabundo

 

A veces, siento que soy ese leopardo reseco y congelado de la cima del Kilimanjaro, la casa masai de Dios. Soy ese felino misterioso y solitario evocado por Hemingway y que “nadie ha conseguido explicar qué buscaba en aquellas alturas”

 

A veces soy un marinero del Pequod, no Ismael, otro marinero, uno que por las noches escribe afanoso y en secreto una novela más diáfana aún que Moby Dick pero que se perderá cuando la nave se hunda con sus tripulantes, la ira de Ajab, su pata de palo y su pipa, los barriles de ron y de grasa, yo, el marinero, y la novela secreta en las profundidades del océano

 

A veces siento esto: soy un rejunte ebrio de nieve negra en el fondo del mar. Soy un isleño, un azoriano o un guanche, arponero de ballenas, y soy la ballena

 

Soy la ballena mirando con mi ojo derecho al arponero y soy el arpón y soy el hijo del arponero que dejó las islas y vive su vida como puede en Baltimore y el padre lo piensa, lejos y ausente, erra el tiro y la ballena huye…

 

 

 

Por las tardes, suelo sentir que cabalgo al lado de Camargo o de Arraya, llenos de arena los sueños, pero son sueños de libertad y son bellos sueños, tan bellos como el sol cayendo sobre los cerros, volviendo el ocre de las montañas ese espejo infinito donde sólo se reflejan los valientes y los justos

 

Algunas noches, siento que soy Rimbaud, delirando de piojos, fiebre o demencia, perdido en el desgarrador Ogaden y los beduinos me miran e invocan a Alá, Al Más Grande, porque me temen y temen más que yo por mi propio destino

 

A veces, navego en el mismo bote las aguas a contracorriente del Madre de Dios y Javier Heraud me recita su poema sobre la muerte y el no miedo a enfrentarla y los pájaros y yo sé que le espera una emboscada y no puedo evitarle la cita con lo fatal, la guadaña, el final y no lloro porqué sé que no hay vida sin poética y no hay poética sin vida y él, Javier, está buscando el desenlace de ambas y mientras tanto la selva se enreda en sus pensamientos y los colma de perfumes y ansias y el agua del río lo va meciendo, le va limpiando el alma…

 

 

 

Soy el liquen que se aferra a una piedra y soy la piedra

 

Soy el viento danzando con los wayrurus en la selva; soy la selva: soy los wayrurus

 

Soy el pan multiplicado, el vino añejo, el agua abandonada, la flora del Amazonas, soy los pulpos que acechaban a Lautremont en la rada del puerto de Montevideo y que sólo se agitaban en su mente

 

A veces, soy todo eso, junto o separado, por las mañanas o por momentos, sano o borracho, con los ojos abiertos y el cielo despejado, a veces siento que escribo con Drummond alguno de sus poemas, a veces siento que soy la nieve rondando al volcán Licancabur o la cruz insomne y deseada de la apacheta del Katantika, a veces sí, a veces no, a veces nada…

 

De lo que estoy seguro es que siempre soy lo que soy, siempre igual a mí, ese que vaga por el mundo, ese que canta a su encanto, ese que sabe que esa canción fue, es y será, seguirá siendo, siempre la misma.

 

Pablo Cingolani

Laderas del Aruntaya, 25 de julio de 2021

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2 Comentarios

  1. Me quito el cráneo (Valle-Inclán)

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  2. Hola Pablo no se donde leí una nota sobre Alves y Birmania y el Diamante. Conozco Birmania desde los 80,es un país de asesinos y de niños guerreros Karen que desde los 7 años comienzan a matar y de muchos grupos tribales sometidos por el ejército que hoy en día viven del negocio del opio y la heroínas que desapareció del triangulo de oro Tailandia, Laos y Camboya manejado por los Chinos del Kuomitang y la Cia que terminada la guerra de Vietnam se traslado con los Karen hacia el oeste la frontera Thai-Birmania. En Tailandia los manejaban las tribus Mheo al servicio de los Chinos. Lo de Alves es leyenda Birmania es tierra de Rubíes, los mejores y a eso y al opio se dedican todavía además de asesinar minorías.

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