Diario de los caminos


Homero Carvalho Oliva

Epifanía: Mi alma, que ya estaba despierta antes de mi primer llanto, me aconsejó que no partiera cargado de zozobra, que meditara y que me asegurara de llevar el equipaje necesario, que dejara espacio para la poesía que por los caminos se iría revelando, y que no olvidara las buenas palabras del sabio Jamioy, poeta de la nación Kamsá del valle de Sibundoy, en el Putumayo colombiano, quien aconseja que en el camino “debes tener los pies en la cabeza para que tus pasos nunca sean ciegos”.

Descubrimiento: Los primeros días descubrí que la poesía de los caminos no se la encuentra en los libros, los poetas la escriben en la arena para que el viento esparza los versos por todos los senderos. Las palabras y los caminos son hilos de un mismo tejido secreto que se te va revelando con la urdimbre de los días. Pronto descubrí que el camino, como la poesía, también es algo que sucede en nuestro interior. En la travesía me encontré con caminos que son como un poema, su belleza es inexplicable. Vi que el otoño deja en los caminos las hojas en las que cuenta las historias de los viajeros, para que el espíritu del tiempo las recoja y las archive en su memoria vegetal aguardando por un poeta que descifre su escritura.

Ver desde la piel: Cuando llegues a un lugar en el que hace cientos de años hubo una batalla, no veas la paja brava que nació de la sangre derramada, ve a los guerreros que la rociaron y siente la furia y el miedo, siente la muerte y la resurrección que aún campea por esos lados; desde tu interioridad escucha los viejos cantares de gesta que los guerreros entonaban antes de las batallas. No camines de prisa, recuerda que estás sobre huesos olvidados y pisas la tierra que se hizo con la carne de los que alguna vez amaron. Ve, desde tu interior, y descubrirás que los recuerdos que se transmutan en lugares tienen un valor que no se mide por lo que contienen, sino por lo que significan.

La voz de los caminos: Espera un poco, no seas impaciente, me susurra la voz de los caminos, mientras juguetea entre las hierbas, las enredaderas y los árboles cargados de frutas. La escucho entre los pregones de los vendedores ambulantes, entre los noticieros carroñeros y los gritos metálicos de los cacharros que irrumpen desde la bruma citadina. La escucho venir hacia mí, como si fuera el único que la espera, me alcanza y me dice que recuerde que lo que veo, lo de afuera, siempre es narrado desde adentro, desde un territorio que posees pero que no ves. Me dice que, a veces, hay que velar a las palabras, porque algunas están tan enterradas en nuestra conciencia/memoria que hay que aguardar a que resuciten. La poesía resucita cuando te alejas de la realidad/real/cotidiana y dejas que surja en ti el tiempo mítico con el que naciste.

*Publicado originalmente en Revista Cosas y en las redes del autor. (19/7/2021)

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