Ávida montaña de agosto


En agosto, la montaña reclama por sus hijos. Tiene hambre, se abre. Si no la ofrendas, puede devorarte.

 

* * *

 

La montaña es dura, es difícil. Dicen que es estéril y hostil. Dime: cómo puede un ámbito lleno de deidades, de presencias y de ausencias, de mitos que lo fundan, lo forjan, que resisten, de seres legendarios que lo habitan, dime: ¿Dónde está lo yermo? ¿dónde la adversidad?

La montaña es implacable, es complicada si acaso no entiendes que debes apelar a muchos, muchos dioses si quieres suavizar sus rigores, si deseas que la majestad de los cerros te roce, te toque con sus manos mágicas que no son otras que las manos de esos dioses, múltiples y tumultuosos.

Esos dioses que la habitan son los guardianes de las montañas, son su aliento y su pulso: son sus latidos.

Una historia, si la narran muchas voces, y si esas voces guardan dentro suyo memoria y emoción, esa historia es una historia verdadera.

Las montañas atesoran esas historias, historias de colosos e historias mínimas, y si las vas escuchando –y hay una historia en cada piedra, en cada grieta, en cada lejanía–, si las escuchas, si prestas tus oídos al viento, a la nieve, a esas certezas, vas conjugando una verdad que desmiente la esterilidad, que desecha la hostilidad.

Esa verdad promueve el amparo y prodigios incesantes y en cadena y, cuando sucede, lo duro y difícil no es la montaña, lo duro y difícil es arrojar lejos de uno toda esa magia que la montaña, generosa, te concede.

 

* * *

 

Ávida montaña de agosto: te celebro, te ofrendo con estas palabras. Sabe siempre esto: si yo no puedo llevarte/ yo quiero que vos me lleves.

 

Pablo Cingolani

Laderas del Aruntaya, 30 de agosto de 2021


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