La locura es la catarsis en la tragedia griega, es el perdón incondicional, la sonrisa en el sueño de las wawas y sus miradas que aún no logramos atrapar, es el olor de la lluvia en las noches de primavera. No entender lo que al acoplarnos vamos a engendrar. Gen, experiencia, fortuna.
El sueño en los años setenta fue liberarnos, power flower, con sugestiones aun vivas en ir descalzos, fumar marihuana, purificar cuerpo y alma. Fue el no de Mohamed Alí a la guerra en Vietnam.
Pensar y pintar, capturar la imperfección del ser humano, escribir, aprovechar de todo el tiempo del mundo. El artista en primavera cambia su piel, sale del letargo, busca el sol o emigra o muere.
Cosas efímeras, una nube con forma de delfín en el cielo, la hojarasca en una tarde despejada, unos gatos negros persiguiéndose en el techo de calaminas, la imagen de un familiar fallecido hace muchos años atrás.
Sin perdón incondicional, no hay locura. Hay solo lo que vemos, lo que hay, los años que pasan, días enteros que transcurren, eternidades en continuas repeticiones, errores, mañanas con interpretaciones del ayer.
El sueño de los ochenta era nuestra libertad, las hojas caídas de un árbol como la política que muere sin entregarse. Fueron las fugas más allá de la India.
En primavera todo cambia, al abrirse el surco se abre a la vida, al depositar la semilla se cierra la herida. El trueno que vendrá será la alegría de todas las cicatrices.
En los años noventa el sueño fue mas real, buscamos alojamiento, sentarnos, mirar a nuestro alrededor. Los puntos de vista fueron millones, la India se alejó mientras la China, al contrario, era siempre mas cercana.
Ahora los sueños se mezclan con los recuerdos, tal vez son la misma cosa, pesos del tiempo inmóvil, ligereza de los pasos, nuevos errores.
Maurizio Bagatin, 28 septiembre 2021
Imagen: Agata Trevisiol, nº44, 2021 (40x50)
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