¿De dónde habrán llegado aquella vez, el cura Valverde desde Trujillo de la tierra sin pan de Extremadura, tal vez de una calle de la Palermo de El Gatopardo, quizás de una genealogía colgada a una pared? Vidas imaginarias que se han ido realizando. Dos cepas aparecieron en Bolivia, la de Vallegrande y la de Capinota, realidades de una colonia que ya era republicana, campo y ciudad que nunca se acercaron, una escapándose de la otra, para siempre.
En Buen Retiro el peón con la carreta esperaba su llegada, caballo o mula también. Llegaba para el verano, cargado de tareas y listo para aprender, así entra en el cuerpo el tiempo natural, por los ojos el verde interminable del maíz, levantando una mano racimos de uvas, en la mesa siempre el mote y el quesillo fresco.
En la historia, dividir los buenos y los malos no tiene ningún sentido. Todo depende siempre del lado en el cual uno está, al fin la historia de los pueblos es siempre la historia de su clase dominante. Hoy eres el bueno, mañana el malo, nada cambia: “Cuando no había comida teníamos los dientes, ahora que hay comida hasta para escoger, no tenemos los dientes”. Así desde el alba del mundo. Por toda nuestra vida estamos adentro de la historia, cuando llegamos al mundo ya tenemos una historia y cuando nos iremos dejaremos una historia, una historia que mientras la estamos haciendo, no sabemos cómo será interpretada mañana. Somos la historia de nuestras condiciones de vida, los arquitectos de nuestras vidas con nuestras acciones y nuestros silencios, con nuestras palabras y nuestras indiferencias. Leyes físicas y entropía.
Después del pueblo llegó la ciudad, enfrentarse al huayralevismo, oponerse al sunchuluminaria, una posibilidad entre la acción y la eterna mediocridad. El mundo estaba hirviendo y la sal de la tierra seguía siendo la política, escaparse significaba morir. Quedarse fue “¡a la lucha!”, y así el destierro. Hoy contamos historias gracias al ayer, para algunos narramos y somos sabios, para otros la sabiduría es una narración. La utilidad de lo inútil. Así la trama de la vida oyendo relatos de caballeros y trovadores a la hora que se muere el día, al cenit de las tardes.
Cuando el quechua encuentra cobijo o “nos sale el indio”, un picante mixto como se debe, desnudando las raíces y las venas, hasta lograr apaciguar el deseo y el miedo, capsaicina en la sangre y la refrescante quietud después de la rabia. Es haber intentado entender lo imposible, la imperfección de lo humano, sacarle el jugo a la sal de la tierra, sentarse al final del día a la sombra del árbol plantado. Es reconocer el bien y el mal, la miel y el ajenjo, contemplar toda la belleza formal del mundo.
Maurizio Bagatin, noviembre 2021
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