Graecia capta ferum victorem cepit et artis intulit in agresti Latio



"La Grecia conquistada conquistó a su fiero vencedor e introdujo las artes en el rústico Lacio", elucubró Horacio. Estaba pensando en Virgilio, más aún en el viaje de Hermann Broch. Visité el puerto de Brindisi en 1985, el aire y el color del mar llevaban consigo dos capítulos de aquella monumental obra. La tierra estaba ardiendo entre los olivos siempre en búsqueda de su eterno verde; el largo invierno de aquel año no perdonó a la primavera su ingenua juventud. La Xylella era lejana. Ahí inicia un camino antiguo -las palabras de Dante en salvo del fuego y del olvido para ser guías del vate itálico- o tal vez es el final del camino, como el viajero Paolo Rumiz me hizo recordar. Roma Caput Mundi, de ahí el Appia recorrerá el Cilento, la Irpinia y el fértil Tavoliere antes de reconocer el Adriático y mirar más allá, la tragedia y la tierra de las águilas, la Bizancio de muchos sueños.

El viento del sur arde, es el siroco, el plumbeus auster de Horacio, en la canícula del solleone cuando el blanco se hace color y es imposible mirar la luz. El asfalto es un utópico oasis, la Fata Morgana con odaliscas y palmeras y la memoria de Virgilio en los africanos que cosechan tomates en el olvido de su tierra. Es un valle inmenso, triste en su fertilidad, el higo de India que mira al olivo y el olivo que oye a la vid, ella pensando ya en como ofrecer alegría, y después del otoño también verdad. La memoria de Virgilio fue la de Kafka sin su amigo Max Brod y sin ser así, la de Vario, esperándola, imaginándola, en la nostalgia de un mundo que nunca más será.

Así Seneca, desde tan lejos, mientras me aproximaba al Salento y rapsodas imaginarios me contaban de un Ulises aun presente, en marineros y pescadores, allá donde el canto de Lighea invade las costas mediterráneas nutriendo la palabra de poesía.

Lo que ocurre después de la muerte es eterno, una prisión perpetua o el recuerdo; encontrarme con Pierino Manni en una plazuelita de Melpignano y tomar con él una cerveza de aperitivo, mientras el Gringo loco, alias Giovanni Pellegrino, le hablaba del libro de poesías de Edoardo Cacciatore y de como me lo hizo llegar hasta Bolivia. Nos sentamos frente al pálido sol de invierno y Giovanni me habló de Jean Giono, a parte El hombre que plantaba árboles ya no se lo lee, y pensar que entre las dos guerras mundiales fue con Gide y Malraux entre los escritores más leído. Leyó demasiado a Virgilio, contestó Pierino Manni. Apulia es Bizancio y el aceite de oliva que es más barato del agua, es una mirada nostálgica a su pasado griego, la primera calle dedicada al poeta Fabrizio De Andrè en Zollino, el color de los ojos de las doncellas con perfil espartano, las de Martignano, de Soleto y de Calimera.

Virgilio es vivo en la muerte de Lucrecio y en el árbol sagrado por las futuras madres, el álamo. Más allá la fábula, donde todo hubo inicio, el Olimpo, Poseidón y la rebeldía de Prometeo, la infinita mirada desde Gallipoli, más adentro la inspiración de aedos y el canto seductor de las sirenas.

Maurizio Bagatin, 16 enero 2022
Imagen: Enea con la Eneida junto a las musas Clío y Melpómene

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