La guerra


Siglo XXI. La tecnología ha cambiado al ser humano, la humanidad sigue la misma. A cien años del Ulises de James Joyce y de La tierra baldía de T.S. Eliot seguimos en lo mismo. Leopold Bloom esperará que un Godot le confirme, tal vez, cuantos leyeron verdaderamente su opus magnum, si Marilyn Monroe terminó su lectura, a que sirvieron aquellas casi mil páginas. Confirmando que el abril del poeta se hizo febrero, y si la rosa es aun la flor de la poesía. En los Cuentos de Odesa nada de eso Babel describió. La dureza de su tierra no la pudo endulzar con lo que Europa nunca quiso realmente conocer.

Dos guerras llamadas mundiales no fueron suficientes. Polonia no existía, en ciertos momentos retornamos al mito, a la desgracia de los Balcanes, a todos lo que surgió de la conflagración del 14-18: Ucrania, Eslovaquia, Rumania, Hungría, abajo otros fragmentos, Serbia, Croacia, Eslovenia, y aún más, Bielorrusia, las republicas Bálticas…

Mi padre dejó un pedazo de su espalda en el desierto de Tobruk en el 1941, quien vivió una guerra debería tener voz. Y no como aquel empresario de mi pueblo que cuando le observé que para que no haya más guerras deberíamos cerrar todas las fabricas de armas, me contestó con mucha violencia: “¿Y donde irá a trabajar toda esta gente?”.

Terminará como cuando adolescentes nos llevaban con las escuelas a Redipuglia, ahí escuchando el eco de los muertos en la guerra.

Cierto, la tecnología cambió al ser humano, la humanidad sigue la misma.

Maurizio Bagatin, 24 febrero 2022
Imagen: Otto Dix, La danza de la muerte

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