Como salvarnos la vida


La San Martin es avenida y es calle. La ley y la ciudad mercado la invaden: quien la vive a diario es un héroe del asfalto, de la jungla contemporánea. Bandas de vendedores de caramelos, chicles y de cepillos de dientes suben y bajan de los buses -los que fueron colectivos algún día- ofreciéndose una oportunidad, un almuerzo, lo que la sociedad muestra y luego limita.

No hablaremos del estado, que son siempre solo unos cuantos.

Una arteria sin descanso, City de Alasita y Downtown que lleva el nombre de un libertador, recorriendo improvisaciones y certezas, panes, chancletas y flores. Surca Calatayud que parece recién salido del Juan de la Rosa o en la esquina de otra calle, entre anticucheras y la Muerta ciudad viva siempre presente; niños prestos en sus tareas escolar frente a vitrinas de oftalmólogos y niñas ya madres, entre las manos ayer muñecas, hoy pañales.

Es un vaivén para etnólogos y flâneur que desde la Plaza Colon van expandiendo su mirada hasta otra avenida, la Barrientos. Ya los nombres de las calles serán para ellos, y para los demás curiosos, no un solo recorrido sino cruces de memorias absurdas, una esquina con el exdictador, el pasaje dedicado al conquistador, la plaza con la estatua del libertador; hoy más decadentes se dedican parques, coliseos y estadios aun en vida.

Andando hoy por ahí ves solo el fruto que el capitalismo más salvaje va dilatando en el iris para el solo consumo. Es aquel mordisco de lo imposible que genera cada día más miseria.

Cruzando la Aroma, otra batalla será. La ciudad se extiende, un arquitecto sentenció la que un tiempo fue la ciudad jardín, hoy ciudad mercado; el casco viejo cae en pedazos o se convierte en fachadas raybanizadas en azul, también el lenguaje es cómplice de esta cruel metáfora. La chica baja de la línea Y compartiendo las monedas ganadas con su protector, él sentado en la panca de la parada cuenta las monedas, controla a su alrededor, le grita, la obliga una vez más a subirse a otra línea: “Te dije que esta línea es de puros miserables” le dice y le sonríe, ella vuelve a cargar la wawa en un aguayo improvisado y le responde con una sonrisa que sabe a segunda piel, como la de la envoltura del aguayo donde ahora acude a su bebé.

Debe estar en el sueño del realismo mágico, en su exageración, ahí y en la San Martin, toda la desesperada genialidad de mujeres vendiendo sus improvisaciones, gelatinas multicolores y empanadas flacuchentas, oro de Coro Coro y cuero de antas. Tiendas con alquileres injustificables -al ocultar dudosas procedencias- y de repente saliendo de ellas Amaranta o Remedios la bella, nuevas riquezas y nuevas bellezas, los ojos negros que doblegan con sus miradas. Han dejado de ser las que fueron y hoy son las que tal vez nunca desearon ser. Los muchachos han salido recién de una novela de Pier Paolo Pasolini, esta violencia se la reconocerá siempre tan tarde.

Una avenida es una calle de vidas, vidas lanzadas al espectáculo, respiras el CO2 y te sumerges.

Maurizio Bagatin, 18 de marzo 2022
Imagen: Iván Jorge Ríos Cespedes, Después de la fiesta

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