"La realidad compite de manera desleal con la literatura" -Claudio Magris-
El coronel no tiene quien le escriba, es la novela “más acabada y perfecta” del Gabo, palabras de un poeta, Álvaro Mutis, ni una sola bala atraviesa sus paginas y tanta violencia las acompañan. En su diseño hay todo lo esencial de la ficción: el mito que se llevaron los invasores del continente americano con todas sus riquezas. El coronel es el padre en la cruz, el derrotado y el ganador de los sueños -una poesía de Cesar Vallejo que se fractura en una calle de Paris- un hombre de bigotes, con una guitarra y un revolver; una ironía que daría envidia a Sócrates, al Sócrates frente a Alcibíades. La mujer es la incansable esposa, desde que la paciente Penélope espera solamente el retorno de Ulises, la dama fuerte en la simulación y fuerte en la acción, siempre presente: es la que sabe y se miente a si misma. El coronel y su mujer son las esperas de un entero continente, el eterno atraso a una cita y a todas las citas, la exageración necesaria; la novela es la rebelión necesaria de la escritura, es la Macondo de todos nosotros.
La muerte en Venecia no deja de desconcertar por su perfección. Es una estética llevada a himno de la belleza, un pecado de la literatura, como lo fue su autor. La muerte en Venecia es Antínoo por el emperador Adriano y una Venus de Milo para Botticelli; Thomas Mann la destila con la magia y en el misterio de una ciudad imposible: “Un canto de sirenas la última oportunidad…” en una alucinación de un pathos casi afrodisiaco. Tiembla la conciencia de un hombre frente a tanta belleza, trajinándolo al abismo físico y mental, a ver el mito como al espíritu posible de un tiempo. La forma desvela sus dos caras, lo moral y lo inmoral, raíz eterna en el Simposio de Platón, destino de la belleza. Mientras el mundo se prepara a su más irrazonable enfrentamiento, el ocaso de una civilización.
La muerte de Iván Ilich no es solo Tolstoj. La historia de la vida de Iván Ilich no podía ser más corriente, más vulgar ni mas terrible. Es el triunfo de la hipocresía, la meditación sobre un nonsense nunca calificado antes, la psicología del bien y el mal frente a la mezquindad de los hombres; la mirada de Tolstoj, un poco lobo solitario y otro poco patriarca, que intenta penetrar las vísceras de una conciencia enfermas, una conciencia que supo solo disfrazar su existencia y desnudarse, ahora, frente a la muerte. En aquel instante toda la vida desfila, dejando solo el fluido de la miseria del ser humano, antes de la piedad.
La metamorfosis es la condición humana, la actual y la de ayer, ilotas y homo sacer, como nos describió Kafka y como somos según André Malraux o Hannah Arendt, hoy en la definición de Giorgio Agamben. Gregor Samsa entra en un cuadro de Hopper, ahí se queda mirando alrededor y se pregunta si no somos todos nosotros los infelices Gregor Samsa y él la cucaracha que lanza un mensaje cósmico, al hombre ordinario, al hombre que todos los días cumple infinitos deberes absurdos. Reglas que luego, ante la ley, se verán distorsionadas en un laberinto de conjeturas, en lo absurdo e inexplicable que es la vida. En la imposibilidad de lograr explicación la cucaracha retorna a ser humano, entre el infinito universo y la naranja azul que nos ofrece hospitalidad.
Maurizio Bagatin, 15 de junio 2022
Imagen: Julio Romero de Torres, La Venus de la poesía, 1913
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