Siempre hemos necesitado de la narración. De verdades y de mentiras. La poesía nace también ahí. Necesitad de misterio, de cuentos, de fabulas. De alguna ilusión. El encanto de los niños por los dinosaurios y de los mayores por los chismes, de las mujeres que se cuentan todo sin decir nada.
Siempre hemos necesitado de mitos y de seres imaginarios, de jeroglíficos y de la borrachera de las palabras, de la orgia perpetua que nos “ilustraba” Flaubert. Y de símbolos y fantasmas, de abstracciones -Samsa el escarabajo, los molinos a viento y las irrenunciables horas de Leopold Bloom- después de una lectura escribir algo al margen de un libro para responder al autor ausente.
Creamos nuestros precursores, en el pensamiento antes que en la acción. No vamos a olvidar la primera vez, porque es la precursora de nuestra última vez. Remolinos de todos los vientos sobre la tierra, que traen e inspiran, el mistral de Alphonse Daudet y el simún que desde el Sahara llega hasta el nordeste de la península itálica; y abstracciones, recuerdos a veces inciertos, penurias de la memoria.
Creamos nuestros escritores, hoy Albert Camus, y la canción de los The Cure que compartió con muchos amigos el Maestro Pablo Mendieta, canción que escuchaba mientras en Rimini estaba leyendo a Sartre, aquella terrible novela que es La nausea, o el sentimiento de que Camus no era un existencialista, era un libertario. Luego, en horas más apaciguadas llegaba la maestra, María, y todo se volvía aún más existencial.
Maurizio Bagatin, 14 de junio 2022
Imagen: Bernard Buffet, Clown, 1968
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