Estás ahí resistiendo, añejándote y volviéndote cada vez más bella – Dime: ¿Cuántos años tendrás? ¿de dónde has venido? Sólo sé que todos nosotros nos iremos y tú, inmemorial y secreta, seguirás allí
Estás ahí, mostrando tus heridas, las huellas de la vida sobre las que vamos y volvemos, y esas tus marcas -las marcas de las eras, las marcas del destino- cautivan tanto que uno las siente como un espejo, inexorable pero valioso
Piedra roja, tesoro, piedra roja de Mullumarka: todo ese dolor que te agrieta lo transformas en encanto, testimonio que no lacera, seduce, revelación de algo más fuerte a la propia devastación, luz que devela un misterio, piedra oracular, bendita piedra
Hace millones de años que te vienes labrando, incesante frente al clamor de los días y ante la sideral distancia que te trajo hasta mis ojos, no puedo más que conmoverme con tu desgarrada y altiva estampa y tu perpetua paz y todo lo que me dictas para celebrarte
Porque yo te celebro, piedra roja de Mullumarka, te conmemoro en tu infinita presencia, en tu estar colosal de piedra inmutable, te agasajo con mis palabras, te venero con fe sin fisuras por lo que, simplemente, eres: esa canción del cosmos que seguirá siempre siendo la misma, esa canción que sólo escuchan los peregrinos del viento y del tiempo, los amantes de esa tierra seca y reseca donde la cordillera se estira y juega, los enamorados del salitre que te lame y te embellece más aún, los alunados, los poetas, los gozantes
Para ellos, la canción del mundo es, será, siempre la misma: es la canción de la piedra, piedra roja de Mullumarka, cualquier piedra, todas las piedras.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 16 de junio de 2022
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