En memoria de la Florencia Kusch


Florencia Kusch ha partido y te/le/me debía este escrito. Se lo debía porque la que regresó a las estrellas -así la conocí y siempre la recordaré del mismo modo- fue una militante política de toda la vida. Y el hecho de que la escriba, ante todo, tiene que ver con eso. Es un homenaje entre militantes. Porque ella valoraba mucho eso, su militancia política, y todos los que somos militantes, igual. Y dado que hoy, en medio de la confusión generalizada que padecemos, hoy eso esté devaluado -la militancia, el militante-, eso no elude -jamás- que, entre militantes insisto, no nos reivindiquemos como tales, no nos honremos de igual manera, militantemente, y como es el caso, frente a la partida hacia la eternidad.

Además, y esto quiero remarcarlo, Florencia fue, siempre, una militante peronista, es decir del campo popular, y esto, me identifica más aún, porque de lo que se trata es de recordar a una compañera. Recuerdo, con una sonrisa triste en los labios, como ella, cuando se trataba de presentarme a tal o cual persona, me aclaraba, sin medias tintas: es un buen tipo, sabe, etc. pero tené cuidado porque es un gorila. Eso es peronismo añejo.

Si a esto que vengo anotando le agrego que en los 70s esa su militancia peronista nutrió el espacio montonero, en fin: no solo estoy despidiendo a una compañera, sino que hacerlo es, para mí, un deber, un deber por la amistad que cultivamos, pero también por la historia, por las huellas en esa historia, que compartimos.

Ser parte de Montoneros, cuando ella me lo contaba -en los primeros 2000, en alguna de las mesas del bar La Academia que daban a la calle donde nos reunimos cada vez que nos vimos allá en Buenos Aires-, le seguía doliendo por la disidencia con su padre, con el viejo Kusch, que si bien, que se sepa, jamás escribió una línea en contra de los Montoneros, tampoco fue parte de esa emergencia generacional que tuvo en la lucha armada su razón constitutiva política y militar.

De hecho, y volvemos al peronismo raigal en el cual nos reflejamos todos, sin sectarismos ni exclusiones, fue ella la que me contó la historia de cómo Rulli se enteró de la muerte de Kusch en la cárcel de la dictadura genocida de Videla donde lo tenían prisionero, tras que uno de los fundadores de la Juventud Peronista en la resistencia contra los militares que derrocaron a Perón el 55, se había contactado con el filósofo en Salta y habían comenzado a compartir sus visiones y sus enseñanzas. Esto, con la data que me facilitó Florencia generosamente, lo publiqué por ahí.

De hecho, la había conocido a Florencia por un texto que había publicado, uno titulado Nuestro mapa del Mosojhuaico, y que motivó que ella me escriba un correo electrónico. Vivo en Bolivia desde 1987 y mi primer acercamiento con el pensamiento de Kusch padre fue varios años después, leyendo Indios, porteños y dioses.

Leerlo a Kusch, por primera vez, en Bolivia, estando en Bolivia -leer, sobre todo, su imprescindible Introducción a la puna que principia el libro-, produjo en mí un efecto especular, una identificación tal -hablaba de mí mismo, eso sentía- que Rodolfo Kusch se volvió no sólo un faro, una guía en una experiencia de vida que ya dura 35 años, era más que eso: era aire fresco para mis propias convicciones, para la decisión que me trajo hasta aquí, lo sentí una luz que, en el espejo, reflejaba mi propia luz. De ahí que cuando Florencia me escribió, diciendo que a su padre le hubiera gustado leer lo que había escrito, eso no sólo me colmó de alegría, sino que nos volvió amigos con la Flor de manera instantánea y decidida. Éramos, recuérdese, a todo esto, dos militantes.

En el marco de esa amistad, conocí quién era Florencia Kusch además de ser una militante: era una arqueóloga -había estudiado en la misma facultad donde yo estudié- pero no era una arqueóloga de esos arqueólogos fríos, busca huesos y/o tesoros, profanadores, no era una Indiana Jones de cabotaje, ella era, por decirlo así, una arqueóloga social y artística, para sintetizarlo: era una arqueóloga peronista.

Recuerdo, con la misma sonrisa triste de antes, cómo nos burlábamos amablemente de ciertas veleidades de Rex González -el gran arqueólogo nacional- pero que, más allá de los matices, ella amaba tanto como yo. De hecho, creí siempre que su labor de arqueóloga era una búsqueda hacia atrás y un complemento de la labor de búsqueda y pensamiento que había hecho su padre. Por sus obras, los conoceréis, dice un libro sagrado: allí están los trabajos publicados por Florencia sobre la cultura de La Aguada y sus lazos con Tiwanaku, un aporte más a la visibilidad de lo mismo que proclamaba el viejo Kusch: somos América Profunda o no somos nada.

En esa dirección, acunamos un proyecto común: reconstruir la vida de su padre aquí en Bolivia. Gobernaba el Evo: de muchas maneras que no caben aquí, las ideas de Kusch se estaban encarnando en el mandato ejercido por un hijo del ayllu a cargo de la presidencia de un país testimonio, como diría el Darcy, como es Bolivia. Ella, insisto, con una generosidad inusual en este mundo de floridos competidores en todos los ámbitos, me envió por el mismo correo que nutrió nuestro vínculo, fotos, muchas fotos tomadas por el propio Kusch, textos, textos inéditos que no están publicados, materiales para la elaboración de un proyecto en el cual me empeñé -con el sabio consejo de Álvaro Díez Astete, hay que decirlo- y que titulé, simplemente, como El viaje.

Kusch padre me había develado eso: hay viajes que son como la vida misma. Yo lo escribí -hago eso: escribo proyectos- y diré, para nuestra memoria sincera y compartida, querida Florencia: no obtuvimos ningún apoyo para poder realizarlo. Yo sé que vos te moviste allá pero allá, vos lo sabías mejor que yo, allá están las roscas académicas, los canonizadores de Kusch, los que lo petrifican en sus putas cátedras, los que no quieren que, digámoslo así, bolivianicemos a Kusch, cuando el mejor Kusch, el que confluye pensamiento y acción, se verificó aquí, aquí en Oruro, cuando el viejo trabajaba e investigaba con sus pares de la UTO, de la Universidad Técnica de Oruro, y el viejo ya sabía, ya se había dado cuenta, por estar aquí, por meterse en el barro de la historia y en la fragua de lo comunal, que Oruro -como Puno- era parte de ese axis mundo andino, cuestión que en Buenos Aires, nunca jamás entenderán, si no es viniendo aquí, abandonando los libros, moviendo el culo, siguiendo los pasos de tu padre, esos que queríamos volver a recrear de todos las formas posibles con nuestro proyecto. Si recuerdo que hasta te dije que el propio Álvaro podía revivirlo a Kusch en la imagen. Siempre es lo mismo nena, diría Pappo: nosotros los parias, los parias peronistas, somos eso, y yo me alegro que sea así, y estoy seguro, que vos, allí donde te encuentres y recibas mi mensaje, estoy seguro que vos también lo sentís así.

Como sea, queda pendiente. Ahora que están todos afiebrados con el centenario de Kusch padre, veremos cómo darle cauce a la cosa. Yo estoy hecho mierda -Cingolani padre falleció- pero no estoy muerto y por tu memoria, querida hermana, seguiremos intentando que nuestro proyecto vea, cuando sea, la luz.

O no: igual nos seguiremos estando, preservando lo propio, lo nuestro, como nos enseñó tu viejo. Aquí en Bolivia, cuna y forja de una cosmovisión popular insuperable, hablan de algo, un bolivianismo digamos, llamado “falso afán”, dicho de corrido como lo dicen, es así: “falsoafán”. Es genial, es el pueblo mismo, es el estar kuschiano en versión Chijini.

La luz, la verdadera luz, Florencia, es haberte amistado y ahora despedirte con la misma pasión y el mismo empute que compartimos. Nunca te olvidaré en una de las mesas de La Academia que daban a la calle porque así, alternativamente, vos ibas a fumar y yo igual y la conversación seguía, fluía, mientras fumábamos y fumábamos todos nuestros sueños y nuestras ilusiones y nuestra militancia hasta el final, hasta siempre, compañera querida, hasta siempre, y hasta volver a verte, allá arriba, donde están con vos el General Valle, Felipe Vallese y Evita, hasta siempre amiga, hasta siempre Florencia Kusch.


Pablo Cingolani
Antaqawa, 27 de junio de 2022

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1 Comentarios

  1. Gran artículo homenaje a Florencia Kusch, querido Pablo. Y extendido en el mismo artículo a Rodolfo, su padre. Un fuerte abrazo desde los Andes sureños.

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