Sobre el habitar poético y sus complicaciones



Si pienso que fui hecho

Para soñar el sol

Y para decir cosas

Que despierten amor

¿cómo es posible entonces

Que duerma entre saltos

De angustia y horror?



Silvio Rodríguez: Sueño de una noche de verano



Recuerdas



¿Recuerdas cuando fuiste a visitar a Hilda Nava de Cuesta, la última presa política en salir de la cárcel tras que se acabó la dictadura más perversa de todas y vino de nuevo la democracia? Aislada en la prisión de Ezeiza, todos lloraban -Ramiro, qepd, lloraba- y vos que le decías, mientras la abrazabas: ya te vamos a sacar de aquí, compañera, ya vas a salir, hermana?



Cada vez que me acuerdo de la Hilda, sola en su soledad forzada, mi voluntad se enciende.




Recuerdas



¿recuerdas esa tarde que se hizo noche y nevaba, nevaba, en Buenos Aires nevaba, después de un siglo, después de mil años nevaba, nevaba después de que hubiera existido Evita, nevaba después de un siglo, mil años, que un minero de Río Turbio hubiera estrechado sus manos cuando ella fue a visitarlos hasta la mina triste allá en el sur, en el sur inmemorial, donde se fajaban laburando por el presente y el futuro de la patria?



Bebíamos vino, vino de esa amistad que sólo se nutre de la piel fraternal, cuando el Rogelio me contaba de ella, de su mano tendida, de una foto que inmortalizó ese encuentro entre la Gran Dadora de Fe y de Luz de y para los Trabajadores Argentinos y un indio, un diaguita-calchaquí, un Trabajador Argentino, que de joven había acudido a buscar su destino allá en el sur, tan lejano de su tierra y de su pago, porque había que comer, y allí había laburo, era duro pero pagaban bien, y hasta vino ella a ver cómo estábamos…



Revisé mis bolsillos y le entregué, en la misma mano que había apretado a la de Evita, todos los talismanes que llevaba conmigo.



-Para que te cuiden, hermano.



Yo no lo esperaba.



El, que ya era viejo, viejísimo, en esa noche que nevaba, nevaba en Buenos Aires después de un siglo, de mil años, de repente, iluminado por la pasión que sólo acuna la piel fraterna, el destino solidario y mancomunado, me entregó con su mano, la misma mano que se había estrechado con la mano de Evita, un pequeño amarre de terciopelo rojo. Cuando lo tuve entre mis manos, me dijo:



-Guardalo. Llevalo a Bolivia. Adentro hay un corazón de pájaro. Es mi corazón. Cuidalo. Llevalo con vos. En tus manos, va a estar mejor que en las mías…



Siempre lo tuve a mi lado. No sólo eso: lo guardé en una cajita junto con los hilos de mi vida que me entregó en mis manos la yatiri, la Nieves. El corazón de pájaro del Rogelio: no entendería al mundo si no lo honrase. El corazón de pájaro que también tocaron las manos de Evita. Dime: ¿hay mayor tesoro? ¿hay mayor reliquia?



Cada vez que me acuerdo del Rogelio, la inspiración me invade, me alienta.




Recuerdas



Recordar te hace bien



-Llévalo con vos- me dijo el Guille

Y me entregó un rosario de cuentas estañadas

Me iba a la selva, buscando, acechando al destino

El camino bueno, el camino malo, diría don Sixto



-Llévalo con vos- me dijo el Guille

Te va a proteger. Nunca pierdas la fe, Vuelve, me dijo el Guille

Y me entregó el rosario en mis manos

Las mismas manos del Rogelio y de Evita

Todas las manos unidas

Todas las manos cuidándonos



Lo colgué en mi cuello al rosario

Y allí estuvo cruzando cordilleras

Atravesando valles y ríos

Cuarenta días, cuarenta noches



Y sucedió en la selva

Cuando una lluvia feroz arreciaba

Que el rosario se deslizó de mi cuello

Y cayó a la tierra



Segundino Chambi, el yatiri

Nos/ me dijo: no sigan

No vayan por el río

Porque pueden morir



Siempre hay que hacer caso al que sabe más

Los yatiris saben siempre más del destino que nosotros mismos

No fuimos por el río, volvimos como quería el Guille

El, hoy, está muerto pero su rosario, pleno de fe, sigue conmigo.



Cada vez que me acuerdo del Guille, y me acuerdo a cada rato porque compartimos sueños, labores, tristezas y alegrías, porque compartimos vida, la voluntad de la Hilda y la inspiración del Rogelio se refuerzan, se ensanchan, se vuelven más claras, se vuelven camino, ese camino, lleno también de desalientos y de complicaciones, pero que, como diría Paco Urondo, es el mejor que conocemos.



La vida, la vida amable, la vida intensa, la vida en la tierra, en su fraternidad nutriente, sólo esa vida, estarse siempre allí, compartirla, vivirla así, es lo mejor, es lo único, que tenemos para enfrentar al dolor, a la tristeza, al desasosiego...



Sólo la vida por delante y como anotó el Néstor Paz, antes de morir de inanición en la guerrilla y para la eternidad latiente: “Te amo y esto que quede bien claro. Eres lo que más amo y lo que amo en plenitud”.



Pablo Cingolani

Antaqawa, 2 de junio de 2022

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