Nuna en la comarca de los helechos


“(…) Los que lloraran borrachos por el himno nacional

Bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte,

Los arrimados, los mendigos, los marihuaneros,

Los guanacos hijos de la gran puta

(…) mis compatriotas,

Mis hermanos”.

Roque Dalton: Poema de amor



Nuna en el cielo con diamantes. Nuna en el país de las maravillas. Nuna en la comarca de los helechos.


La pequeña Nuna: aún no cumplió su primer medio año de vida. En este mundo migrante/mutante, nació allá lejos, en la llanura, cerca de un río y en una ciudad que se llaman así por un cerro inmenso y lleno de plata que signó la historia de su nuevo destino, su nuevo habitarse en/de las montañas. Esa es una tarea que nos impusimos nosotros cuando su madre, otra Carolina, nos nombró sus padrinos. Hay azares - ¿será así? - en la vida que te prodigan eso: vida, más vida. La vida de la pequeña Nuna, su habituarse a los cerros que desconocía y que, travesía tras travesía, se van volviendo suyos. No debería haber horizonte de enseñanza más profundo que a aquel que no las conoce, develarle las montañas. Su fuerza. Su magnetismo. El inevitable arraigo que provocan.


A la pequeña Nuna, la bautizaron con un nombre paradigmático, señalador, predestinado: en quechua, Nuna significa ajayu, alma/ánima, la piedra sobre la cual descansa toda la cosmovisión vitalista de los pueblos que moran ancestralmente en los Andes. Desde esa mirada que nace sólo de/con la tierra, todo tiene ajayu, todo vive, todo (se) comunica, todo forma parte de una trama nutriente y que nunca se acaba: se regenera siempre. De ahí que, sintiendo ese lazo inmemorial e indestructible, la llegada de Nuna a nuestras vidas vino a cerrar un circulo y abrir otro, uno nuevo, latiente y bello como es este principiar la vida en la montaña de la pequeña Nuna.


Nuna es valiente. Nuna es fuerte. Nuna es una pequeña pitbull. Tienen mala fama los pitbull. Que son agresivos. Que son feroces. Que son asesinos. Falso: los que no saben canalizar su violencia interna, su frustración y su desapego son los que crían así a esta clase de perros. Lo mismo decían/dicen de nosotros, los montoneros. Que somos violentos. Que somos unos desalmados. Que somos asesinos. Mentira: Montoneros fue la mayor y más potente organización político-militar del siglo XX argentino y sus militantes fueron jóvenes idealistas que estaban dispuestos a morir por lo que creían y en lo que se empeñaban no era otra cosa que el imperio de la justicia para los desposeídos, para los más humildes, para los más débiles. El montonero, como Nuna, era valiente. El montonero, como Nuna, era fuerte. Nuna es una pequeña montonera. Una montonerita, decidida y audaz, de cuatro patas.


Nuna conoció hoy un nuevo territorio, uno donde no es difícil instalar un foco en esta guerra mística donde seguimos militando todos aquellos que jamás perdimos la fe. Hoy, Nuna se introdujo en el país de los helechos, en la quebrada más fascinadora de todas, la cañada donde la inspiración te subleva y la pasión recrudece. Debías verla a la pequeña can. Debías ver su felicidad saltimbanqueando entre las piedras, reconociendo cada olor, descubriendo el mundo nuevo que la empieza a habitar y que no la abandonará jamás.


Porque de un asunto estoy convencido: hay experiencias en la vida que te marcan, que le dan sentido. Que limitan un antes y un después. Que se vuelven hitos, mojones, faros. Llámalo epifanía, como decían los monjes. Llámalo iluminación, como nos prometió Rimbaud. Llámalo un punto de no retorno -San Martín cruzando la cordillera, Bolívar en Pisba-, llámalo como quieras llamarlo: la vida es un viaje de ida. Es el momento cuando advertiste que ya habías comprado el pasaje y estás arriba del tren y lo demás, no importa nada.


Estoy releyendo -motivos no me faltan- el Santa Evita del Tomás Eloy. Gran libro: es una super crónica alucinada, un cauce que fluye y que el autor sabe cómo convertirlo en delta o en estuario, en playa o en un devorador precipicio. Uno debe agradecer la escritura de libros tan cargados de sentidos, de muchos y muy variados, polisémico el coso.


Es una historia -la de Evita- contada cien mil veces y un millón de veces más, pero en la obra del tucumano, la canonización sucede, Evita se va volviendo santa página a página, pero no carga esa santidad impostada de las iglesias, sino que atesora esa santidad de la que hablaba otro profeta, otro escritor: Roberto Arlt.


Santo es el cargador del mercado. Santo es el borracho perdido. Santa es la madre soltera que alimenta a cinco hijos. Santa es Evita que la ayudaba a darles de comer o tener un techo. Santos fueron los mártires montoneros que querían seguir su camino y lograr lo mismo. Nuna, la pequeña perra pitbull, es santa porque me sana y me inspira a escribir esto que vengo escribiendo.


La vida siempre busca a la vida: ese es su propósito. Se puede vivir sin redes sociales, se puede vivir sin tarjeta de crédito, ni un trabajo estable, se puede vivir sin guerrilla que acose al poder.


Lo que no se puede respirar es la falta de fe y el entusiasmo por vivirla y la pasión que esta desata.


Sólo la fe puede mover montañas y esa, compañero, no sólo es una verdad, sino que es el más puro de los amparos y el más honesto de los destinos.


En la comarca de los helechos, la fe tapiza los riscos y los vuelve amables, confiables, propios.


Nuna, en la comarca de los helechos, es la fe que renace, que se alimenta a sí misma y crece como un río imparable: como dicta el poeta, no hay porqué querer enseñarle a la vida cuando es la vida siempre, siempre y siempre la que te enseña.


Pablo Cingolani
Antaqawa, 1 de septiembre de 2022

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