Fuimos con mi amigo Roque a limpiarnos el alma y el cuerpo a las quebradas. Le había contado de mi empeño en honrar a Mama Serpiente y de cómo, una vez, dos veces, alguien, algunos, habían destruido mis apachetas.
El día esplendía, el calor motivaba a los pájaros, recibíamos su canto purificador mientras caminábamos y doblábamos la angostura y allí fue que admiramos el portento: ¡las apachetas se habían multiplicado! ¡Ya no eran una, sino cuatro!
¿Quién habrá sido el autor de tan auspicioso milagro? ¿Un salvaje peregrino? ¿Un arriero cósmico? ¿Un amador de piedras? ¿Un mago?
Quien sea, que sepa que cuenta con todo mi regocijo por lo obrado. Decía el bueno de Darcy: mi corazón anda necesitando una victoria. Sabe, amigo inquietante, aliado desconocido, compañero de huellas, que tus apachetas han provocado en mí una dicha desmesurada y gozosa, una certificación del destino, una celebración que, seguramente, propiciará otras.
Has desatado una fiesta en la quebrada, camarada, un festejo que resuena en el más allá: anticipatorio, feliz, total.
Así la vida, así las piedras: multiplicadas e invictas. Habrá que seguir velando por ellas y esperar que este maravilloso suceso, sea otra señal de que el encantamiento del mundo está allí. Abres los ojos y se revela con fervor inusitado. ¡Salud, hechicero del Ande! ¡benditas tus apachetas!
Pablo Cingolani
Antaqawa, 26 de octubre de 2022
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