Cada uno de nosotros tiene una canción


Márcia Batista Ramos

Cuando tenía cuatro años cantaba a voz en cuello “Gira, il mondo gira \Nello spazio senza fine \Con gli amori appena nati \Con gli amori già finiti\Con la gioia e col dolore della \Gente come me…” escuchaba a Jimmy Fontana y a otros tantos cantantes italianos famosos, en la radio. No sabía del poder de las palabras, ni sabía en qué idioma yo jugaba y cantaba, ni en qué idioma hablaba con mis padres y hermanos, no me percataba que eran idiomas distintos, porque no era el mismo idioma que jugaba con los niños del vecindario, pero no importaba. Era el tiempo de la inocencia, los años maravillosos cuándo la vida no dolía y las palabras comunicaban sin afectar y sin saber en qué lenguas eran pronunciadas. Además, desconocía el alfabeto y el valor de las palabras.

Después, vinieron otras canciones en otros idiomas. Otras palabras e historias que ni siempre tuvieron un final feliz, porque existen lecciones en la vida que aún no aprendemos, muchas veces, es difícil trazar el cauce de las aguas que nos recorren. De muchas formas, caminamos a oscuras por la vida ruidosa. Las palabras, a veces, se amontonan de forma caótica en la mente y no es fácil hacerlas gotear a través de la pluma. Especialmente, si la televisión interfiere de forma subliminal. Es como si intentáramos salir de un piélago y cada vez nos hundiéramos más.

Lógicamente que no todo en la vida son formas despavoridas, emitidas por la ruidosa televisión, existen silencios apasionantes acompañados por el zumbido de una abeja bajo el azul luminoso del cielo. Es bueno escuchar el lugar y contemplarse adentro sin alimentar el miedo primigenio que allí yace. Son momentos sublimes, en que, si caen palabras, parecen llovizna porque se acomodan en la página ordenadamente, sin caos. Empero, si no hay humedad, hay que tallar las palabras con combo y cincel y dejar que el sol caliente el mate amargo, mientras los ruidos de las calles y de las granadas, se funden. Es cierto que el mundo exterior distrae e impide a cada uno, de encontrar en su interior, la clave en sol de una partitura aún no escrita, de la propia melodía.

Fueron muchas canciones desde la cuna hasta ahora. Los momentos sucedieron con las palabras, las canciones de fondo y reflejos de colores que se acumulan en los más íntimos recovecos de la conciencia para armar los recuerdos. Quizás, sea de otra manera.

Sea como fuere, cada uno de nosotros tiene una canción. A veces, cuando estoy sola tomando un jugo de piña, escucho mi canción favorita en mi propia cabeza, y la siento tan dulce cuanto la espuma que flota sobre el jugo. Entonces, me aíslo del mundo y disfruto por ser y estar.

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