Tuvo todos los premios (Herralde, De la Crítica…) en ese tiempo vivo donde significaban algo, sus libros fueron flor de cuño y estigma contra pusilánimes (Las pirañas, No existe tal lugar, La caja china, Peatón de Madrid, La nave de Baco), la proximidad de barateros, buhoneros, borrachones y bebedores le salvó de cualquier integración posible. Miguel Sánchez Ostiz es leyenda y vuelve como tal: Ahora o nunca (Editorial Renacimiento). Sus libros huelen a quemado, a barra mojada, a copas dejadas a la hosca, a humo de pajas, a “vita pericolosa”, a niebla herida. Su lenguaje nervioso no tiene rival posible.
Ahora o nunca destila días pasados (2016) pero el hechicero siempre fue escritor sin género. Diario nuevo más que nuevo diario, cambio de vida, el invierno y la paciencia, jamás prisionero del rencor ni moralidad por cuatro perras. Las pirañas iban de eso: una vida moral, una escritura moral, entre tanta risotada y puro encendido, entre tanto pijodandi y boom del ladrillo, entre tanto arrimado a las letras con vocación de medro. El escritor sigue igual: huele a distancia las borrascas, los temblores y las camorras, ajeno a gomosos y jamás en la tinta del aburrimiento, todo lo contrario, tajo y sajo.
Duerme a brincos, el pulso en ocasiones como para robar panderetas, evita la pomada y la cara de los compinches ocasionales, no entra en la derrota por el lenguaje de las excusas, huye de los pegados al ladrido y el mordisco, huye de la parroquia devota y entregada, pronto se baja el bañador frente a las olas salvajes: “Escribir para mí mismo, todo lo demás es tontería, es decir, es una estupidez andar buscando un lector a estas alturas, el que venga, bienvenido, al otro no lo conozco”.
Huye de toda puesta en escena y brinda, Viña Tondonia en alto, por jitos, andobas y mangutas, cada cual en su nadería, pose y balbuceo; cada cual en su jeremiada, sin lo que más importa: urgencia de escritura. Es duro como el pedernal y escribe con sangre por las paredes de la cueva alucinada: “Entre escribir para publicar y escribir para escribir, por el hecho mismo de hacerlo, hay una distancia que no se recorre jamás. No buscar lectores, si vienen, bien, si no, mala suerte, el trabajo está hecho y el gozo vivido y cobrado”.
Huye de los afectos vinosos, de los días foscos, de las riadas habituales a base del concierto eterno de petardos. Al sacudirse la barba fluvial donde cantan los grillos, escapan erudiciones fules, mentideros escachafamas, compadreos baratos, los hampones literarios siempre pobres y de vareta: “Insatisfecho para siempre y cada día que pasa más desaparecido”. Su voz es un lujo, apetito eterno del idioma, dignidad obrera (la del obrero de las letras), tan en desuso o mancillada: “La verdad es que siempre me ha gustado más estar dentro que fuera: la cabaña, la cueva, la buhardilla, el cuarto apartado, la casa solitaria. Vivir en una burbuja, ser para el ensueño”.
No escribe por venganza ni exceso de trago ni evitar el empujón: “Concibo mis novelas como un rompecabezas que se ha ido uniendo como una galería de espejos quebrados, una galería de feria”. Pesa no encontrar editor pero tonifica respirar hondo ajeno al desprecio y el insulto. Escribe fuera de la bolsa y el cotarro, dale que te pego, ajeno al desahogo del diario letrinesco, sin charlatanes ni sacamuelas cerca, así aúlla por entero sobre la colina blanca: “Ética nueva: para que yo disfrute o haga mis negocios, tú tienes que joderte y si te quejas eres un cabrón. En el manual del progre figura el aguantar los abusos del prójimo mientras este sea de tu clase o de tu cuerda”; “No hay tiempo para hacer de papamoscas”, “No te abraces a las resacas de prestigio”.
El maestro escribe desde el frío, ajeno al puesto y la bicoca, ya de vuelta de todo, sin legañas en el alma, sin derribos ni poetas, ajeno a desmemoria y cuchilladas traperas. La tumba arde abierta: “Estoy pagando caro el haberme vuelto de Madrid, el meterme en Baztan y el publicar donde he publicado desde 2002, y lo que he publicado, claro”. El maestro no oye a la zahúrda de mamarrachos, los buenos puros, las mejores copas, la timba de guapetones y tramposos: “La escritura es mi único asidero, una forma de combatir este tiempo negro”. La niebla es a veces teatro para sombras: “Qué siniestro es ver cómo se te han ido quedando las ganas por el camino, sobre todo las ganas”; “Ando entre la furia y la depresión profunda”. La escritura es una bala sin tiempo.
Sienta la cabeza Sánchez Ostiz para gritar más fuerte: “No es fácil sobreponerse a diario a la pregunta de qué valor tiene lo que haces, a la vez de comprobar que el tiempo corre en tu contra, y que es ahora o nunca y resulta nunca”. Ahora o nunca: “Ese canguelo que está detrás de todos mis trabajos”. Ahora o nunca: “La vida ya fue, dijo Tabucchi. Aplausos. Incondicionales. No se te ocurra decirlo a ti en el concierto de los listos y los acomodados porque con suerte solo te abuchearán… Pero tú sigue, dale que te pego, porque entre otras cosas, no te queda otra”. Miguel Sánchez Ostiz: sabio de la tribu, gigante de las letras, escritor sublime, mejor persona.
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De EL IMPARCIAL, 30/11/2022
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