Cita marcada


“A smile relieves a heart that grieves

Remember what I said

I'm not waiting on a lady

I'm just waiting on a friend

I'm just waiting on a friend…”[1]

The Rolling Stones: Esperando a un amigo



Ayer, cuando empezó a rodar por el mundo la noticia de la partida del gran Jeff Beck, por medio de ese aparatito siniestro que ahora uso, me comuniqué con varios amigos, acá y allá y más allá también, para compartir el recuerdo del héroe de la guitarra que tanto gastó nuestras púas cuando adolescíamos. Escribía: “ahora ya estará zapando con Pappo y con Hendrix, y uno de mis amigos no tuvo mejor idea que enviarme una versión instrumental de Beck de Little Wing, ese himno de época del inmortal Jimi. Escuchen eso, está en you tube, es imperdible.

En medio de tantas emociones mezcladas, me acordé de otro amigo, protagonista de esta historia, porque también es guitarrista como todos los anotados -y es buen guitarrista aclaro-, pero como no disponía de su numero telefónico, mi intención de comunicarme con él quedó en mero deseo, en conjetura, en-que-bueno-sería-compartir-con-él-la-despedida-de-Jeff Beck, pero no se puede.



Este amigo mío es bien amigo. Cuando nos conocimos, el siglo pasado, con la Carolina, par de despiadados, lo convencíamos para que vaya a rezar con Juliana y su virgen de luces para que, de una buena vez, la niña se durmiera y los tres pudiéramos seguir escuchando rock & blues y más buena música en medio de copiosas libaciones. Esos días, mi amigo tocaba la guitarra en un grupo de rock que pelaban la mejor versión que escuché en mi vida de Polaroid de locura ordinaria de Fito Páez, esa rola del callejón, el bosque y el ron vomitado manchando la pared. Con mi amigo, un día trepamos un volcán en medio de un desierto. Ahí no vivía nadie, salvo la Lupe, una señora aymara que nos daba matecitos de cedrón para cuidarnos, y Carlitos, su marido, un flaco muy flaco, campesino él. Otro día, fuimos al cerro más cercano a la casa donde vivíamos a challar su segundo disco. La Pachamama también nos cuida. Otro día, fuimos al mismo cerro a despedirlo a Spinetta, cuando al Flaco, como a Beck, se le ocurrió partir. La vida así, la amistad, igual.

Pero, resulta que, a todo esto, mi amigo de marras, hace ya demasiados años, después de todo lo caminado juntos, se fue a vivir muy más allá, del otro lado del océano, siguiendo en plan devocional las huellas que dejó otro gran guitarrista, un héroe local, tupiceño, wayruru[2] y feraz, el gran Alfredo Domínguez que terminó sus días en la lejana Ginebra -como Borges- que es a donde mora mi cuate. Ni modo.



La muerte de Cazuza me conmovió mucho. Sucedió ya hace más de tres décadas, pero me sigue conmoviendo igual. El porque es sencillo y tan hondamente humano que explica todas las conmociones: enterado de que había contraído el VIH y que padecía SIDA, Cazuza -porque ya no le quedaba más tiempo y sabía que tenía una cita marcada con la muerte- se encerró en un estudio de grabación a hacer lo que mejor sabía: música. Y como no tenía más tiempo, agarró y reversionó muchas canciones de amigos suyos, cambiándoles la letra incluso, para legarle al mundo su -que duro- testamento musical, existencial, sensible, y así parió Burguesía, un álbum radical, tajante, drástico, desgarrador al extremo, donde el artista termina de sellar su pacto con la vida, con la vida plena, más allá de su cita marcada, más allá de su inminente deceso, cosa que, en efecto, ocurrió a poco del lanzamiento del disco. Entre sus canciones, hay una que me flechó para siempre. Se titula Carta postal. Dice: “Alguém quando parte é por que outro alguém vai chegar/ Num raio de lua, na esquina, no vento ou no mar/ Pra que querer ensinar a vida? / Pra que sofrer?”. [3] Ese “cuando alguien se va es porque otro va a llegar” se volvió una brújula, un faro, su luz potente, para mí.



Y sucede, claro que sucede. Vivo en los márgenes. Casi no voy al centro de la ciudad. Pero hoy fui. Y por un motivo feliz, muy feliz, que no cabe aquí. Estuve en un edificio histórico, también con amigos, en plan reuniones de trabajo. Todo bien. Salí y fui a encontrarme con Juliana, la ex niña que rezaba, que vive por ahí. Nos citamos en una plaza emblemática donde los chicos juegan y los demás pasan el rato. El sol hermoseaba a los árboles y al casi mediodía. Llegó mi hija. Quería comer salteñas, empanadas. Debíamos cruzar la plaza. En la mitad de la diagonal, frente al monumento del mayor héroe civil de la historia boliviana, sentado en un banco, conversando con una chica, en medio de la maraña de pelo que el gran cabrón todavía luce -cuando nos conocimos, los dos teníamos largos cabellos-, sonriente, lo vi, estaba allí.

Era mi amigo, el guitarrista, el del volcán, el de Ginebra, al que añoré, ayer, cuando me enteré de la muerte de Jeff Beck. Ese oráculo llamado Cazuza no se equivocó, no se equivoca nunca -doy fe. La cita estaba marcada. Llamen a eso destino o como quieran llamarlo, pero así fue y así lo escribo. La vida es así, la amistad, igual. Después de la algazara de los abrazos, lo primero que le dije fue: ¿Viste que se murió Jeff Beck? Te estaba esperando, sabía que te iba encontrar… porque cuando alguien se va es porque otro va a llegar.


Pablo Cingolani
Antaqawa, 12 de enero de 2023


[1] “Una sonrisa alivia un corazón que aflige/ Recuerda lo que dije/ No estoy esperando a una dama/ Estoy esperando a un amigo/ Estoy esperando a un amigo…”.

[2] “Hay también: alegría, silencios, coraje, injusticias, tenacidad, amaneceres, obstinación, fe, mucha fe, apachetas, oratorios, santuarios, más ríos, más lagos, más ciudades, una casera que te ofrece tamales en el mercado de Tupiza mientras vos vas escuchando las guitarras de Alfredo Domínguez, las vas escuchando con el corazón, como wayrurus que brillan en la huella y te van guiando, desde el Abuná hasta el río Colorado, desde los edificios de Buenos Aires hasta la plaza mayor de Puno, allí donde termina la raya, la raya que enlaza dos mundos, cuatro mundos: el quechua y el aymara, el mundo de arriba y el mundo de abajo: imaginen todas las piedras, todos los atardeceres, todos los árboles: imaginen, por un segundo pero imagínenlos, a todos los árboles vistos, los árboles amados, los árboles que se pierden en la distancia, en una curva, en una serranía de la travesía, tanta travesía”. Territorialidad, de mi autoría, 2016, el texto completo pueden leerlo en http://sugieroleer.blogspot.com/2016/05/territorialidad.html

[3] “Cuando alguien se va es porque otro va a llegar/ En un rayo de luna, en la esquina, en el viento o en el mar/ ¿Para qué querer enseñarle a la vida? / ¿Para qué sufrir?”.

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