Ser un poco guerrillero: las grietas y Deleuze


Mi amigo Bruno F., a propósito de un texto mío sobre las grietas, las grietas que me rodean, en las montañas, me envío, desde el sur, un libro entero del señor Deleuze, indicándome que lea uno de sus capítulos, uno donde el señor Deleuze alude, filosóficamente -a eso se dedicaba el hombre-, a las mismas, a las grietas.


Lo leí, desde ya, ante todo, por un simple motivo: confío en mis amigos, más si, como es el caso de Bruno, convivimos unos meses en La Paz, los tremendos años del 2008, cuando la derecha boliviana puso toda la carne al asador para tumbarlo al Evo y les salió pele a los buenos para nada. Además, una nota de color siempre viene bien para cronicar, al Bruno, Brunito le decíamos con la Carolina, lo mordió un perro en la calle Rosendo Gutiérrez, casi esquina 20 de octubre, pleno Sopocachi, el barrio más bohemio de la sede de gobierno boliviana, y eso, de por sí, ya es memorable (y anotable).


Resulta que, hecha esta introducción, hoy que acabamos de volver de las grietas, de las grietas de las montañas que están aquicito nomás, a la vuelta de la casa y tomamos unas buenas cervezas de rigor, challa del cuerpo, sentados en un pequeño cordón de vereda que el artista-casero del Iván dispone frente a su tienda, se me aceleró la sinapsis y empecé a ver con mayor claridad una cita de Deleuze que había destacado del texto que me envío el Brunito.


Dice la cita, y es extensa, aclaro: “Pero cuando Bousquet habla de la verdad eterna de la herida, es en nombre de una herida personal abominable que lleva en su cuerpo. Cuando Fitzgerald o Lowry hablan de esta grieta metafísica incorporal, cuando encuentran en ella, a la vez, el lugar y el obstáculo de su pensamiento, la fuente y la desecación de su pensamiento, el sentido y el sinsentido, es porque han efectuado la grieta en el cuerpo con todos los litros de alcohol que han bebido. Cuando Artaud habla de la erosión del pensamiento como de algo esencial y accidental a la vez, radical impotencia y sin embargo alto poder, es ya desde el fondo de la esquizofrenia. Cada uno arriesgaba algo, ha ido lo más lejos posible en este riesgo, y extrae de ahí un derecho imprescriptible. ¿Qué le queda al pensador abstracto cuando da consejos de sensatez y distinción? ¿Hablar siempre de la herida de Bousquet, del alcoholismo de Fitzgerald y de Lowry, de la locura de Nietzsche y de Artaud, permaneciendo en la orilla? ¿Convertirse en el profesional de estas habladurías? ¿Desear solamente que los que recibieron estos golpes no se hundan demasiado? ¿Hacer investigaciones y números especiales? ¿O bien ir uno mismo para ver un poquito, ser un poco alcohólico, un poco loco, un poco suicida, un poco guerrillero, lo justo para alargar la grieta, pero no demasiado para no profundizarla irremediablemente? Donde quiera que se mire, todo parece triste. En verdad, ¿cómo permanecer en la superficie sin quedarse en la orilla? ¿Cómo salvarse salvando la superficie, y toda la organización de superficie, incluidos el lenguaje y la vida? ¿Cómo alcanzar esta política, esta guerrilla completa? (todavía cuántas lecciones por recibir del estoicismo...)”.


¡Gulp!, mi hermano.


El señor Deleuze aborda un tema recurrente de la cultura occidental, del pensamiento de esa cultura frente a la evidencia incontrastable de que la Segunda Guerra Mundial era un punto de no retorno y es lo que el aludido Artaud de la cita llamó “los suicidados por la sociedad”, concepto que Antonin A. acuñó para referirse a Van Gogh, con lo cual la línea de tiempo se estira bastante más. Hagan su propia lista de los “suicidados”, los parias del sistema.[1][2]


Como sea, hasta allí todo bien: el desgarro que produce ese occidente que se piensa a si mismo frente a las aberraciones genocidas que ese mismo occidente promueve, provocan la herida, las grietas, la reflexión sobre lo existencial, su sentido, su lucha contra el absurdo, contra el horror literario de Kurtz, contra el horror real del Rey Leopoldo, Adolfo Hitler o los franceses en Argelia.


Lo que me ha sorprendido del escrito del señor Deleuze es la solución que propone. Es alucinante:


“¿O bien ir uno mismo para ver un poquito, ser un poco alcohólico, un poco loco, un poco suicida, un poco guerrillero, lo justo para alargar la grieta, pero no demasiado para no profundizarla irremediablemente?”


Y, vuelvan a la cita completa, lo dice refiriéndose a su torre de marfil,[3] a lo que él denomina los “pensadores abstractos”, o sea, a los filósofos y todas sus ramas anexas.


Desde este lado del charco, apunte inevitable: ¿qué habrán sido los cubanos que se tomaron La Habana el 59, los sandinistas que se tomaron Managua el 79, los colombianos de las FARC y del M-19, los chilenos del MIR, los Montoneros y los “perros” argentinos, ¿un poco guerrilleros?


Hay que reconocerle al señor Deleuze un momento de suma honestidad intelectual. Es cuando afirma que:


“Donde quiera que se mire, todo parece triste”.


Y sí, hermanito. Eso es Europa.


En el mismo texto, en una nota al pie de página, hay una cita de Scott Fitzgerald, el borracho según el bueno (y triste) de Gilles. Es imperdible:


«Quería solamente la tranquilidad absoluta para decidir por qué yo me había empezado a poner triste ante la tristeza, melancólico ante la melancolía y trágico ante la tragedia; por qué me había identificado a los objetos de mi horror o de mi compasión... Una identificación de ese género equivale a la muerte de toda realización. Es algo de ese género lo que impide a los locos trabajar. Lenin no soportaba con buena voluntad los sufrimientos de su proletariado, ni George Washington los de sus tropas, ni Dickens los de sus pobres londinenses. En cuanto a Tolstoi, intentó confundirse de esta manera con los objetos de su atención y terminó en un fraude y en un fracaso...».


Esto está cerca de un Scalabrini Ortiz, de un Vallejo, de un Jobim, de un Arlt, de un Manuel Scorza.


Si hay que sangrar que sea por nuestros muertos, que sea por nosotros mismos. Y, aquí en los Andes, hay vida incluso en las grietas: maravillosos helechos encontrados. Escribió uno de los nuestros, Juan Celestino Mutis: y la flora, me convirtió en poeta. O: ¿un poco poeta?


Pablo Cingolani
Antaqawa, 23 de enero de 2023

Todas las citas corresponden a Gilles Deleuze: Lógica del sentido (1989)



[1] Nota inevitable: México, los tarahumaras, Lázaro Cárdenas y Artaud: otra historia siempre es posible.

[2] Anoto uno por imprescindible: Pasolini.

[3] Nota en zigzag: “Estar en la universidad es una cosa de locos/ Estar en la universidad es una fiesta de monos…”, sonaba en los 90s. La verdad manifiesta venía de la mano de una banda de pop rock peruana, el grupo Río -y mirá vos que clara la tenían, ahora que los nazis congresales encabezados por la Dina se entraron a San Marcos como parte de la escalada represiva que ya asesinó a más de sesenta hermanos.

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