Aquellas calles de mi adolescencia


La fe: amor que salva y une.

Un buen día llegaron unas fotos. Respondían a un pedido que hice sobre mi pueblo natal. Quise saber cómo celebra en estos tiempos, el día del Párroco. Las fotos me mostraron la Procesión en la que participé hace más de medio siglo, cuando vivía allá. Supe que por mucho tiempo no se realizó. En el 24 de junio del 2022, se le unieron muchas personas. El Apóstol Juan, con su dedo en alto, volvió a recorrer las calles de San Juan y Martínez sobre los hombros de sus fieles. Los mueve la fe en la sabiduría y en los preceptos que propuso el santo en su vida, entregada para hacer el bien. Así se extendió un ámbito de fe. Ante la foto pensé: —¿Para qué es la fe sino para enardecer a los que no la tienen? No hay algo que valga más que la fe. La fe no es un recurso para un momento; no es una tabla en un naufragio; es una seguridad interior que se profesa no sólo a una deidad; es la confianza en un recurso que pueda aliviar las rudezas en el enfrentamiento por la vida. Mis amaneceres los alcanzo por tener fe en lo que hago y por qué lo hago. Ese es el sendero que emprendo. Necesito la fe para sobrevivir y confiar en lo que soy capaz de hacer y lograr. Ella es un inmenso poder interior que consuela. Es amor que salva y une. Hay lugares donde el aire que respiro me hace olvidar preocupaciones, necesidades y hasta dolores. Esa sensación la he vivido en un templo, una casa o en otro lugar. Hoy, a través de la foto, he vuelto allí, transportada en una secuencia de emociones de las que guardo huellas de cuando caminé las calles de siempre. Entonces cada persona caminaba alumbrada con una vela y acompañados de flores como ofrenda. Todos en silencio, tras el dedo en alto de San Juan que señala: el que ama a su hermano y permanece en la luz, en él no hay tropiezo, pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos. 

Después de varios años, he volado hasta mi pueblo. Descubro que faltaron las velas y las mujeres con mantillas. Todas llevan las cabezas descubiertas. Pero la oscuridad, que nadie pudo evitar, no fue un impedimento. La tecnología no dejó escapar la mística del momento. Los celulares iluminaron el recorrido y captaron las imágenes que me han llevado hasta aquellas calles de mi adolescencia.

Allí estaban los que van a la iglesia, los que no van, los que oran desde sus casas, los que no oran. La tradición ha crecido como caminan las raíces, como en las noches se esparce el aroma del tabaco seco sobre los techos. La tradición está en la espiritualidad de cada uno, en el amor que profesa y en la fe en el mejoramiento humano. Hoy me he sentido en paz por mi terruño, por los que defienden las tradiciones, por los que no dejarán que se disipen en este mundo en que la espiritualidad se mueve volátil como un fantasma.

Amalia Cordero

18 de abril 2023

Jagüey Grande, Matanzas.

Cuba

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