El profesor Aldo Scarpis



Llegaba como Ulises, en su Fiat 500. El profesor Aldo Scarpis recitaba la Ilíada y la Odisea, sabía a memoria la Eneida. Fumaba desesperadamente como Zeno Cosini. ¿Quién habrá estado mirando mientras le salía Las mil y una noches? A una Sherezade de nuestros pueblos o a Las tres Gracias de Antonio Canova, tal vez se iba perdiendo en la neblina del Noncello en las mañanas de noviembre, para reaparecer en primavera detrás del terraplén que protegió su Portus Naonis.

Quien no llegó amar la literatura es porque no contemplaba el encanto de aquellas palabras que salían mudas y firmes, con la cadencia del tiempo en el cual fueron escritas. Transportadas con su mirada profunda de nuestros frágiles días, al momento de la adolescencia, hasta el final de nuestros días. No era la decadencia de la democracia de Pericles, no era la Roma que Augusto quería transferida por Virgilio en las páginas de la Eneida. A veces, entre un cigarrillo y otro cigarrillo se perdía, haciéndonos viajar, con Torquato Tasso, Ludovico Ariosto o Vittorio Alfieri. Era la magia que nos transportaba en épocas lejanas. Era el encanto de un verso, la melodía de un canto, cuando la tragedia del nombre se hacía épica.

Volviendo de Brasil nos habló del macumba y de un brazalete que algunos jefes espirituales le habían donado en Salvador de Bahía. De Grecia nos trajo una piedra en la cual podíamos leer Esquilo y Jenofonte, en sus venas se iba deslizando la sangre de Agamenón, el coraje de Antígona. Sus viajes eran exploraciones literarias. Bajo el sol de mayo nos habló de la poesía romántica y del quiebre que hubo en la Alemania, adoraba Hölderlin y se escapaba de Wagner. Para él Beethoven era el absoluto.

Cuantas veces voy tejiendo paisajes de sus clases de literatura. Carla Bighi era la única que podía suplantarlo, en sus clases de matemática el silencio eran nuestras miradas “amarcord felliniana”, si nos enviaban una suplente, me iba a medir las precipitaciones cual encargado de la estación meteorológica de la escuela. El profesor Aldo Scarpis estaba ahí, fumándose el último cigarrillo, mirando el infinito azul del cielo primaveral y recitando un verso de Chico Buarque.

Maurizio Bagatin, abril 2023

Imagen: Iliade y Eneide en la edición Garzanti

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