“Tengo en mis manos todos los mensajes
De los nuevos siglos que están por llegar,
Vuela mi mente y atraviesa el aire
Para que la gente se pueda enterar
Vamos a / buscar el lugar (…)”
Alejandro de Michelis: Mensaje mágico
Te alejas, tan cerca: río rojo, corazón indómito de las quebradas, pequeño gran torrente de resurrecciones, allí donde todo es escueto -serranías de valle seco-, todo clama, allí donde todo serena y calma, algo estalla, allí donde estalla la luz, todo hipnotiza y danza: agua
Vas por tus amadas cárcavas, comarca de ariscas vizcachas, vas por esas oquedades del orbe que uno nunca sabe que te develaran, donde acaban, y las ves, tan filosas y altivas, pero no te lastiman, no te hieren: saber de grietas y desgarros es también saber de almas, de ajayus idos y partidos, de ajayus recobrados, heridas que se atraviesan, heridas que se caminan, vamos y volvemos sobre esas heridas: así la vida
Y la vida, en medio de tanta hostilidad aparente, el sol que hacha y agobia, el sol que te reclama sacrificio y serenidad (que son lo mismo), el sol que te guía porque para eso es faro y monarca, la vida bajo el sol eterno sol se va develando, dichosa e inquieta
Mira: allí, entre los guijarros y la arena, salta un pequeño sapo, es diminuto: tu uña del pulgar es más grande y, sin embargo, allí está, el rey batracio del destino, el soberano anfibio de los mundos, el conector, el bienaventurado: es mayo y te sorprendes tanto que te admiras de la criatura que crecerá y, en el verano que vendrá, será el Tata Hampatu, Su Majestad El Sapo
Miras otra vez: ¡es increíble! Ahora se despliega ante tus ojos la mimética figura de una ágil y también diminuta lagartija, pequeña jararanku del mediodía feliz, dios que repta, decidido dios de la tierra seca, dios de la sobrevivencia, señal de alboradas lejos de castigos y pesadumbres: vida, vida que vaga, libre y virtuosa, como cada vida debería ser, estándose allí donde se quiera estar sin ninguna prisa
Sigues tu marcha, caminas, deambulas buscando más diosecitos, más huellas de la divinidad desatada, más marcas del destino. Allí están los mensajes del salitre y un portal inesperado
Las montañas son patria y refugio mineral de los seres humanos. Somos mineral con lenguaje propio, pero en algún lugar atesoramos el idioma de las micas y de los vanadios. La ausencia de minerales nos mata. Su presencia, avasallante, nos subyuga: ¿qué dirán los mensajes del salitre? ¿Tu lo sabes? ¿Narraran historias de cuando los sapos y las lagartijas eran gigantes y nos asustaban? ¿Contarán de su cósmico existir cuando eran polvo de estrellas derramándose sobre la piel del mundo para fertilizarla? Arcanos de la naturaleza invencible, poética irremediablemente vital
En medio de la sinuosa voluptuosidad pétrea de la quebrada, arreció el portal: la belleza absoluta que se exhibe sin atenuantes para quien quiera buscarla. Frente a los prodigios, ¿qué hacer? Celebrarlos, agasajarlos, ofrendarlos. He aquí el encanto del mundo: una puerta que debes franquear para nunca más regresar a donde la maldad agazapada te está esperando para triturarte y disolverte con sus asquerosos tentáculos. Y si lo cruzas, ya sabes: no vuelvas, no vuelvas jamás a los dominios de lo vano y de lo fatuo, no vuelvas jamás a donde te van a tatuar los demonios
Allí vas mi río, allí vas río rojo, rojo como la sangre derramada de mis compañeros eternos, rojo como el wayruru de las encrucijadas, rojo como la victoria, los labios amados, una piedra roja, roja pasión, rojo el canto, roja el agua.
(Ven, jamuy, hermano)
Pablo Cingolani
Antaqawa, 14 de mayo de 2023
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