Márcia Batista Ramos
“El pecado es que no fui una piedra
Y los problemas del mundo me quitan el sueño
Y me escudo con poesía
Y me mantiene acompañada cuando estoy lejos de casa
Y la poesía es mi mochila que siempre llevo conmigo” Mbarka Mint al-Barra'
Era un día entre mayo y julio y el harmatán del noreste, un viento polvoriento, soplaba aire caliente y seco. En el atardecer herido, Badra, a sus escasas quince primaveras dio a luz a su pequeña hija Lalla, que nació larguirucha y flaca; la partera, mujer alta, magra y experimentada, frunció el ceño y miró fijamente a la madre de Badra, mujer de treinta años, quien sostenía en sus manos regordetas la mano, también regordeta, de su joven hija Badra, y, sin parar por ningún momento con sus quehaceres la partera le dijo:
- Tu nieta va a necesitar “gavage[i]”, mucha “gavage”. No sé por qué seguimos así, en pleno siglo XXI. Sólo incrementamos las diferencias por género, aumentamos la brecha con estas costumbres anteriores a Mahoma.
- Nuestra sociedad es tan tradicional, nos cuesta mucho que las mentalidades cambien. Es muy difícil erradicar estas prácticas porque descansan en la costumbre, en herencias culturales y en una concepción de sumisión de la mujer. Tanto es así, que te quedaste sola, haciendo nacer a tantos hijos ajenos, sin tener la bendición de Alá de parir a tus propios hijos.
- Los hijos no son un fruto necesario para todas las mujeres, no entiendo cuál la dificultad en comprender esto. Hay mucho que hacer en nuestro país, no se trata apenas de poblarlo con más pobres. Desde mi infancia, tuve la ocasión de ver mucha discriminación contra las mujeres en nuestro país, Mauritania. La dominación de los hombres en todos los sectores, y las mujeres en una situación recesiva. Nunca me gustó ver tanta diferencia.
- ¿Y tus padres? ¿Acaso te apoyaron?
-Mi madre y mi padre siempre fueron muy abiertos, quizás porque mi padre estudió en un país extranjero y mi madre sufrió mucho con las imposiciones culturales, por supuesto, el ritmo de ingesta y la poca movilidad a las que son sometidas las mujeres, para evitar la quema calórica, se traduce en enfermedades gastrointestinales, cardiovasculares, hernias, vómitos y cefaleas. Mi madre alcanzó los ochenta kilos a los doce años; cumplió con esta tradición, su proceso de engorde fue exitoso y las secuelas le arruinaron la salud para el resto de sus días. Sí todo fuera natural y amable… Pero, ustedes saben que ésta práctica incluye torturas para las niñas que no comen, tales como ingerir lo vomitado y apretarles las articulaciones de las manos o pies para causar mucho dolor, masajes con rodillos para romper los tejidos y acelerar el proceso de engorde en las piernas… Son prácticas que dejan huellas dolorosas. Tanto sufrimiento y dolor, mis padres no quisieron repetir el sufrimiento conmigo. Evitaron que yo sufriera los daños físicos y psicológicos relacionados con la alimentación forzada. No les importó la presión social. ¡Gracias a Alá!
La partera huesuda era muy ágil, en un santiamén bañó y envolvió a Lalla, la colocó en los brazos de su niña madre y recibió la placenta en un bañador. Aseó a Badra y solicitó ayuda a su madre, Latifa, para apretar la enorme faja de algodón blanco en la barriga de la parturienta. Después del esfuerzo, se puso a vestir a Badra mientras Latifa fue a buscar un brebaje de hierbas que había cocido cuando empezaron los dolores de parto de la niña. La mezcla de hierbas era un secreto, para reponer la salud de la madre en el post parto.
Badra sonreía para su hija, estaba feliz, hacía mucho que no tenía una muñeca entre sus brazos. Hacía mucho que no sonreía. Había abandonado sus muñecas y sus estudios exactamente a los nueve años, cuando su abuela le recitó el viejo proverbio: “la mujer ocupa en el corazón del hombre el mismo espacio que ocupa en su cama”. Ese día empezó su tortura con la alimentación forzada; una práctica tradicional, discriminatoria y perjudicial para la salud de cualquier mujer. Por suerte la abuela no la envió a una granja de engorde.
Práctica anclada en costumbres ancestrales, con el objetivo de engordar a las niñas con una finalidad estética, dado que el canon de belleza para ciertos hombres mauritanos, de origen árabe, es el de mujeres obesas, un rasgo de fertilidad y de éxito económico que las habilita para casarse con aquellos que cuentan con un cierto patrimonio y recursos económicos.
Precisamente, aquellos que luchan por sobrevivir en áridos desiertos, aprecian la gordura como un signo de bienestar. Infelizmente, gran parte de las mujeres, en todo el planeta, están sometidas a ideas culturales sobre lo que es anhelado y atractivo, siendo que esos conceptos tienen importantes implicaciones en el desarrollo de la imagen del cuerpo y pueden favorecer las prácticas que logran o mantienen esta particular imagen, sin priorizar la salud y el bienestar de las mujeres y niñas. En todas las latitudes del planeta azul, la mujer tiene que adaptarse a lo que se espera de ella. Realmente, en todo el mundo, la percepción de su propio cuerpo que tienen las mujeres viene dictada por la sociedad en la que viven.
Ser obligada por sus familias a comer en exceso, es estar sometida a la violencia contra la mujer. La práctica del leblouh o gavage, comienza desde edades tempranas, cuando las niñas son sometidas a una dieta calórica muy elevada, de hasta dieciséis mil calorías al día.
Como los tiempos cambiaron y las mentalidades siguen fosilizadas, actualmente muchas familias llegan a utilizar la cortisona o los productos para el engorde del ganado para reforzar el gavage, lo que implica riesgos añadidos para la salud.
Latifa, miró con ternura y lastima para su hija con tan pequeño retoño en los brazos, su emoción fue tal que no pudo contener sus lágrimas. Badra la miró y rompió el silencio:
-No entraré en esa espiral en la que nos perdemos en las imposiciones; que las cumplimos sin cuestionar. Eso destruye nuestra confianza. No quiero satisfacer todas las exigencias sacrificando a mi hija. Quiero estudiar y quiero que su vida sea diferente a la mía. No permitiré que mi hija transite un camino lleno de piedras, obstáculos y presiones. Nunca jamás haré eso. Ella no sufrirá las huellas de la desgracia que viví; esto del engorde es una forma de maltrato. ¡No fue tu culpa madre! Pero, me ayudarás a cambiar el futuro de mi hija y a dejar atrás la duna de ignorancia que nos aplasta.
Sus palabras fueron precisas e inteligentes. Seguramente el dolor del parto, que ella aguantó estoicamente, le permitieron sacar las palabras atascadas en su garganta. Su voz, firme, abrió un camino diferente para Lalla. Sin saber que ella empezaba a emitir los primeros destellos luminosos en un lugar sumido en profundas tinieblas.
La partera se demoró a escucharla parada en la puerta, con el bañador con la placenta en las manos.
Latifa, bañada en lágrimas, pensó que las palabras de Badra acababan de quitarle la ceguera. Tuvo la certeza de que jamás volvería a la oscuridad y que extendería la mano para sacar de las tinieblas a cuantas mujeres y niñas cruzasen por su camino.
Mientras en algún lugar del planeta una niña buscaba la sensatez del mundo a través de las palabras.
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[i] introducción de alimentos líquidos o licuados por una sonda que pasa a través de las fosas nasales o por la boca hasta el estómago. En el caso, se llama 'gavage' o 'lebouh' a la práctica tradicional que consiste en engordar a las niñas para cumplir con los estándares de belleza de sus países y encontrar marido con más facilidad. Gavage: palabra de origen francés, referida al engorde de los gansos para obtener el foie gras.
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