Maurizio Bagatin / GAFE
“No hay un barco tan rápido como un libro para llevarnos a tierras lejanas”
Emily Dickinson
Todos los libros nacen de un viaje. De un ida y vuelta, en Ulises, sin retorno, en Abraham.
Se pregunta siempre el lector cual ha sido el viaje del escritor. Jack London y Antonio Tabucchi y sus dos formas de viajar, con el cuerpo y con la imaginación, vagabundeando entre océanos y bibliotecas. Y se pregunta el lector ¿cuánto viajaron lo libros?
Con Céline, el Céline con su mirada dicotómica, fue hacia la noche del siglo corto, con un ojo plebeyo y el otro burgués, viendo la sistemática destrucción del ser humano, el sufrimiento y la imposibilidad de un levantamiento humanista. Hasta su alter ego se vuelve poder, aunque para nuevos idolatras, su metamorfosis es la paradoja del siglo. Un viaje que inventa una nueva prosa, el lenguaje de una época a su fin, de una nueva época que no sabrá si es fin de la historia o si es el panta rei del flujo del Sena, frente a unos ojos en perenne lucha entre el bien y el mal. Es el jazz que iniciará la Beat generation, Henry Miller que viaja en la mente de Arthur Rimbaud.
Viajando con Conrad, no son solamente los mares del sur, es el viaje que inspiró a Céline, Kurtz que se metamorfosea en Bardamu, sondeando el alma humana.
Conrad es el viaje que va desde su lengua madre hasta la lengua que lo adopta; quien lo lee lo contempla o lo enfrenta, nunca se aleja de él. Conrad es el viaje fantasmagórico de Marlow; hay una rapsodia que busca, en Homero, en Virgilio y en Dante, no ser sorda frente al pánico de los eventos, no hay un Eldorado o una ciudad de Dite, hay solo el horror que está al final de un viaje iniciado como una quimera y donde ningún Dios repara la tragedia del hombre. Es la poesía de Thomas S. Eliot y la voz de Caruso en medio de la selva amazónica, la ira de Aguirre que se aplasta frente a lo imposible y a la libertad.
Eneas posa sus pies en Brundisium, la actual Bríndisi, y emprende un viaje terrestre, ahora marcado por la que será la Regina Viarum, hacia el Lacio para fundar la que será la Ciudad eterna, Roma. La Eneida es el viaje caleidoscópico, que necesitará Dante, para sus excursiones circulares.
Hay un viaje que aún no logré leer, el de Albert Camus por América del Sur, cuentan que lo hizo en 1949, después del viaje de Christopher Isherwood y antes, mucho antes de Bruce Chatwin. En él se narra el impacto de su mente y de sus ojos frente a tanta belleza: será Bahía y su negritud, los colores fascinantes de Rio de Janeiro, la anarquía del trafico automovilístico sudamericano y la danza de los brasileros, la belleza que encuentra también en la suciedad de sus ciudades. En su voluntad de exilio permanente amaba tanto la verdad que en sus emociones entraba siempre solo ella. La encontró hasta en el eterno esfuerzo de Sísifo, donde el Mito no es condena sino persuasión. La revuelta tenía que ser perpetua, para confirmar la existencia de un ser. Un viaje, el de Camus, amado por los jóvenes que lo emprenderán y deseado por quienes ya no pueden.
Los libros viajan, una calle soñada, un mar inventado y una mente fantástica, hasta la página que hará emprender otros viajes. La verdad, tal vez, sea solo imaginación.
__
Publicado originalmente en Revista Literaria GAFE, 29/09/2013
0 Comentarios