Mi tío Delio se instalaba bajo del “cajón de las mentiras” (el televisor) para verle los calzones de todas aquellas hermosas bailarinas que le seguían el ritmo a Rafaella Carrá. La televisión era aun en blanco y negro, arqueología de más de cincuenta años atrás, y simple imaginación de lloqallas inquietos.
Lo de Raffaella Carrá ha sido el primer ombligo al aire que hemos visto a la televisión. Y con las largas piernas de las gemelas Kessler, los desbordantes ojos de Claudia Cardinale y los pechos de Sofía Loren y de Gina Lollobrigida se completaban nuestros sueños, nosotros niños podíamos ir a dormir. El Carosello había terminado.
La romagnola nacida en la Emilia no la hemos tratada siempre bien. La Italia conservadora y mojigata de entonces y la de siempre espera a que uno fallezca para decidir si era bueno o malo. Ella se quedó como un icono de la Italia del boom económico, de los más de treinta años de delirio de progreso. Ella fue la más amada por los italianos, matándola en una película ambientada en Puerto Escondido o dejándola ir a Hollywood y cantar el amor desde Trieste hasta el infinito.
Para muchos fue tal vez solamente como Dora Markus, allá en Porto Corsini, o en una belleza efímera “a far l’amore comincia tu”, pero ya es tarde siempre demasiado tarde…
Maurizio Bagatin, noviembre 2023
Imagen: Raffaella Carrá y las bailarinas
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