Daniel Mocher
Hemos pasado la mañana paseando por Buñol para disfrutar de su castillo. Construido sobre anteriores asentamientos islámicos, sus orígenes se insertan entre los siglos XI-XII, Jaime I lo conquistó en 1238 y su estructura actual fue realizada entre los siglos XIV y XIX. Gozaba de una gran importancia estratégica ya que desde sus almenas era posible vigilar el camino real de Madrid y la frontera entre los reinos de Castilla y Valencia. Fue utilizado como cuartel militar en la Guerra de Sucesión del siglo XVIII entre los partidarios del archiduque Carlos y las tropas de Felipe V, en la Guerra de Independencia a principios del XIX frente al imperio francés y en las posteriores guerras carlistas. Rumor de alfanjes, cimitarras, gritos, sables, mosquetones, cañonazos, bayonetas, revólveres, polvareda, fusiles, cargas de caballería. Huelen todavía sus callejuelas empedradas a humo, miedo y rabia, fidelidades, traiciones, heroicidades, cobardías, amor y odio, la compleja salsa bien especiada con que se cocinan las contiendas más feroces. ¿Qué historias que no sabemos quieren contarnos sus saeteras? Fue también cárcel y puede que lugar de ejecuciones. Hoy hay casas habitadas en su Plaza de Armas, macetas en los balcones, a pesar de tanto estrago la vida continúa siempre. La esperanza florece en el horror como en ningún otro sustrato universal.
Lo que más me atrae de las fortalezas inexpugnables es que, tarde o temprano, son vencidas, expugnadas. Eso, o lo que viene después, define minuciosamente nuestra naturaleza más valiosa. Los que se alzan tras ser derrotados, entre ruinas, escriben algunas de las mejores páginas de la historia de la humanidad. Me apasiona el talón de Aquiles, los flancos descubiertos, las guardias descuidadas y los puntos débiles. Lo que nos hace más humildes porque nos supera y hay que aprender a vivir con eso, tras la caída, de otra manera, con otros ojos y otro corazón más cristalino si es posible. Lo que está ahí, brillando en el barro, quebrado, lo que tenía todas las cualidades para ganar y fue humillado. Lo que viene después de la desgracia, lo que surge cuando termina la tragedia. Hay que seguir adelante con lo que quede, cantar bajo la lluvia ácida, ponerse de puntillas con el agua al cuello. Me seduce cada cosa rota, las astillas, lo inservible, los pedazos, los fragmentos, las fisuras de lo indestructible, la visita de los sueños que ya no se cumplirán, y soportarlo, esas cosas que fueron cruciales y ahora ocupan, inútiles, molestas, un rincón húmedo, punzante y polvoriento. Es fundamental la pérdida para encontrar algo nuevo y tal vez mejor, otro punto de vista, otros horizontes, la desnudez que nos abriga como nunca antes lo hiciera nada, soportar el abandono lento o la muerte inesperada de nuestros seres queridos. Tras tanta saña en la tortura hay una segunda oportunidad, debe de haberla, como existe la ceguera que ayuda a ver lo cotidiano diferente, la rutina saltando por los aires, el sexo que sabe a gloria y ahuyenta a todos los demonios, esa melodía, ese silencio, esos relojes deteniéndose, un gesto de cariño cuando lo oscuro, una mano tendida rasgando la soledad, palabras palpitantes que nos salvan, verdaderas, encendidas, determinantes y decisivas, la alquímica sabiduría de hallar un nuevo camino en el camino de siempre, también esos fuegos metafísicos que en las tardes apocalípticas de otoño se apagan obstinados, mientras nosotros estamos ausentes, hablando con detalle de nuestras pequeñas vidas.
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Publicado originalmente en el blog del autor, 7/11/2023
Imagen: Castillo de Buñol
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