El pan nuestro


Nelson Villagra Garrido

Mientras miro las primeras nieves que suelen quedarse como costras sobre el césped quemado, sé que han de llegar nevadas que definitivamente nos enterrarán tal vez hasta marzo. Aunque con el cambio climático, podríamos tener un invierno desastroso, quiero decir, con muy poca nieve... Hoy, todo es incierto.

Corto por lo sano, y mi memoria se escapa al hemisferio sur, específicamente a Chile, en donde actualmente muchos se quejan del calor de verano. Pero yo elijo el Chile de los años 40 del Siglo XX, allí en Chillán, mi tierra natal. Unos 50 kilómetros hacia el sureste está el pueblo de El Carmen, y desde allí a 6 kilómetros hacia el Este estaba la “Puebla” de mis padres, una hijuela de unas 30 hectáreas que visitábamos en los veranos.

El trigo, el trigo era el rey de los cultivos en aquella zona. Todas las lomas verdes en primavera y doradas en verano.

La siembra y cosecha de trigo tuvo grandes transformaciones durante mi infancia y juventud. Ayudé a cortar trigo con la Hoz (Hechona), que para mí, entre los 7 y 16 años constituía una diversión en los veranos. No así para los campesinos – pequeños propietarios agrícolas - quienes dependían del trigo para el sustento de todo el año, y no sólo por el pan, sino porque dependían del precio del trigo cada año.

De las trillas “a yegua” – caballos que con sus pisadas desgranaban las espigas de trigo – hasta las máquinas trilladoras que cortaban el trigo, lo desgranaban y lo metían en sacos allí mismo “en la loma”... ¡Ah, qué transformación en pocos años, estimadas amistades!

De vez en cuando, mientras como un pedazo de pan, vienen a mi memoria tantas personas anónimas que vi durante mi infancia doblar el lomo y sudar bajo el sol de verano para que el pan llegara a mi boca.

A esos tatarabuelos y abuelos, que trabajaron para otros o para sí mismos, rindo hoy con mis palabras mi emocionado homenaje, al mismo tiempo que les agradezco por haberme enseñado a respetar el trabajo humano.

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