Llegar de tan lejos y encontrarse en un mercado, un mercado abierto en una plaza que nunca fue la plaza. Las luces son tenues y reflejan las sombras de los presentes en la pared de la antigua escuela. Una escuela de tan solo un nombre, el nombre de una calle, de un viaje, de un sueño. Ha llovido toda la noche y el verde de los falsos castaños, de los pinos y de los álamos resplandece soberbio. Ni el otoño más sincero debe algún día habernos ofrecido este espectáculo. No hay voces y no hay silencio, es un rumor de hormigas sin descanso lo que atraviesa la plaza llena, como si fuera un mercado sudamericano. Lentamente van apareciendo, como en un sueño, los presentes.
Creo reconocerlos a todos. No sé si han vuelto de algún compromiso, de una vacación o si siempre se quedaron ahí, a la espera de la muerte. Mudos en sus sinceridades enmascaradas; algunos no han envejecido, otros viejos lo fueron siempre; hay los dinosaurios y los decadentes, los estereotipos y los originales. Detrás de los bultos amontonados mis pequeñas enamoraditas, la pequeña burguesía que iban mirando los zapatos a la entrada de la iglesia. Los reconozco a todos.
Desenvuelven paquetes, descargan orgias de materiales inútiles, van armando puestos de ventas, se empujan, se gritan, se amasan como ovejas, como cachivaches o botones, como el vil metal en un banco. Pálidos, serios y tristes. En la plaza que nunca fue la plaza, exhiben subjetividades. Me sonríen tímidamente, le respondo melancólicamente. Se hizo tarde, vendieron todo, al peso de sus historias, al recuerdo de sus raíces.
Me despierto y escucho sus voces. Van cargando solo la memoria que destruirán llegando a sus casas. Se despertarán con jaquecas y macurcas, con la pesadilla de siempre, que es la pesadilla de la normalidad. Me miro al espejo y pasa el sueño frente a mis ojos, transcurre frente a miles de sueños en una plaza que nunca fue la plaza.
Maurizio Bagatin, enero 2024
Imagen: Pieter Brueghel
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