Georges Seurat estuvo aquí. Extensiones de mostacilla cubren manchas de terrenos recién humedecidos por la alegre lluvia de la tarde. Es el campo en estos primeros días de otoño, un cuadro puntillista que entra por nuestros ojos. La cebada entre el cielo y la tierra, pinceladas que proponen la teoría de Georges Seurat: “Podría ser el ojo quien mezclara los colores, y no el artista. Es el propio espectador quien hace la función de paleta”.
Arte y ciencia se unen, en comunión como la agricultura y la ecología. Cuando el verano se está por apagar extraños colores aparecen, el violeta que se va con el aire del crepúsculo, acompaña al horizonte manchas que por un momento parecen ser ovejas, afinando la mirada vemos aquí y allá hierbas inverosímiles, blancas inmaculadas desafían las ultimas nubes de esta estación.
El campo es siempre una obra de arte, pero nunca como en este cambio de estación. El sol permanece a su altura, aunque ya avisa al habitante, el ligero viento matutino es presagio, y el aire de la tarde confirma todo. ¿Los acuarelistas lograrían captar el movimiento de las espigas que danzan, de las mostacillas que inundan, las casi imperceptibles florcitas que disfrazan el jardín andino en esta época?
Es la estación del camuflaje. Las acequias y los reservorios detienen cuanto han logrado almacenar, los atajados se ocultan detrás de los brillantes sunchus, ahí está el agua para la época seca que vendrá. El cielo es mas azul que nunca. Las cigarras avisan que la lluvia está aún aquí; hoy las estaciones son imperfectas como los seres humanos. Enormes gotas anuncian la lluvia que adorábamos cuando niños; ahora la disfrutamos con el encanto de la experiencia que nos acompaña, ayer era aventura y alegría, hoy es ilustración.
Acompañados por el silencio miramos la cruz del sur, ahí arriba donde el cielo es un libro abierto a muchas emociones. El pintor es el campo, nuestro iris que mezcla principios básicos y toda la imaginación.
Maurizio Bagatin, 2 de abril 2024
Imagen: Campo en Bella Flor de Pukara
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