Este viaje inicia aquí donde debiera terminar, en un país de temporales y prímulas. Somo niños y recién hemos aprendido a leer: ¿Qué leemos, que es lo que nos atrae más allá de las imágenes? Homero enceguecido, no vio el viaje de Ulises, al aedo le fue suficiente el sueño. Fue el primer platónico -a pesar del rechazo filosófico- que cantó la idea de un objeto. Fue el primer viaje imaginario de muchos niños, solos frente a un libro, no teníamos más que a la imaginación.
Cuenta Claudio Magris, en su odisea que el Danubio le permite transitar, la visión de la fuente del gran rio, los momentos cuando las historias reconocen sus fuerzas en los instantes de crisis; navega sin piedad como Ulises, Claudio Magris reconoce sirenas y ciclopes, y la poesía de Celan que se lanza en la oscuridad de la Sena; el corredor oscuro de la infancia de Heidegger, el lado mas oscuro de una continuidad filosófica. Reconoce en Kafka al poeta más contemporáneo del matrimonio y de la convivencia familiar. Es un viaje literario que me embriagó en su primera lectura, y sigue siendo evocador cada vez que vuelve a mis manos. A veces salen Atila y los Nibelungos, otras el recuerdo que este año el “legado Canetti” saldrá a la luz.
Leo una poesía de Szymborska Wislawa, esta gran poetisa con un nombre impronunciable, poetisa de una cotidianeidad única, lejos de las grandes palabras y cerca de la verdadera vida. Ante todo, siempre el individuo, en la mirada firme y autentica. Reconozco las curvas de un territorio gracias a la narración, las líneas rectas, las ondulaciones que llevan a las acequias, donde había un árbol, donde sembraban las sandias en verano. Hay poetas que sensiblemente anularon el tiempo.
Una guerra narrada por Hemingway en el recuerdo de las excursiones con la escuela hasta los lugares de la mas grande masacre de la historia. El Piave, rio manchado eternamente de sangre, la Gran Guerra estaba ahí. Adiós a las armas es una historia de amor, y muchas historias de amor son historias de guerras. Hace mas de cien años que los de veinte años fueron enviados al frente, un norteamericano en la Cruz Roja y un calabrés defendiendo el Carso: Veinte años es el testimonio de aquella tragedia. Perder los veinte años, la vida que se deja anónima en un lecho de un rio, el amor que permite el olvido destinado solo a los dioses.
Una mañana nos despertamos con la muerte serena de Kenzaburo Oe, la familia de narradores orales que fueron los Oe perdieron su mayor representante. El silencio de Hiroshima y Nagasaki que iba a dejar sin aliento Theodor Adorno encontró la luz en las palabras de Kenzaburo Oe. El despertar frágil que debería encontrar el alma del mundo en el corazón del hombre, un pasaje de La historia de Elsa Morante, antes y después de la critica de Pasolini, mientras recorre una Roma flagelada por la guerra, pietas cristiana que vio necesaria la autora en aquel momento. Toda la continuidad de las brutales ferocidades y del amor, unas páginas de Enrique María Remarque que hieren como toda la buena literatura.
En el país de temporales y prímulas la literatura intenta explicar el Novecientos, el siglo corto. Pane e ferro, novela de Massimiliano Santarossa, escritor celiniano que condena la historia, la brutalidad del hombre y con paciente sensibilidad va retratando aquel estado de ánimo: mirar las estrellas en el cielo durante el verano, el fuego encendido y que las platicas de los hombres no podrán apagar jamás. Una arqueología que solo las manos de un poeta pueden ir preparando como si fuera un surco donde mañana poder sembrar.
Noche de viajes alrededor de una biblioteca, el lugar infinito e impermeable, sin confines y lleno de cicatrices, donde se puede viajar sin paradas obligatorias y donde la ilusión es menos palpable que en un avión, en un tren, en el viaje de nuestra fisicidad; el imaginario transporta Antonio Tabucchi en todos los lugares de sus heterónimos, sabiendo que es siempre “en un lugar de la Mancha” donde inician las historias, tal vez porque “siempre se escribe la misma historia”.
En la playa de Bibbona, en el centro de Italia, al amanecer del 26 de octubre del año 2020 un pescador encontró una botella con adentro un mensaje, donde estaba escrito lo siguiente: “Lo siento, pero no tengo nada interesante que decir”.
Maurizio Bagatin, 15 de junio 2024
Foto: Biblioteca
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