Volvernos Bartleby


A cien años de la muerte de Franz Kafka, puede ser que el personaje mas actual resulte ser Gregorio Samsa, o su metamorfosis. Puede ser que todo el absurdo que Kafka haya anticipado, ante la ley, en América, en el castillo, sea lo más absolutamente contemporáneo. Pero me parece que todo fue anticipado por Bartleby. Su “I would prefer not to”, “Preferiría no hacerlo” anticipó el existencialismo y el absurdo de nuestra época.

Un pasaje de Beckett, un párrafo de Ionesco, ciertas “tramas” de Borges, el barroco de toda la buena literatura está en Bartebly. El Mito fue penetrado con Moby Dick, ahora Melville va más allá aun, al Nuevo Testamento, según una lectura que hizo Giorgio Agamben, el cual señaló que la penúltima frase de la narración —«Con mensajes de vida, esas cartas se apresuran hacia la muerte» (en el original: On errands of life, those letters speed to death)— hace referencia a un versículo del Nuevo Testamento, Romanos 7:10.25.

¿Y si nos volviéramos como Bartebly?

Un poco cucaracha y un poco enigma. Es el fantasma del cansancio contemporáneo, la condición humana, liquida o gaseosas, el hastío, la descomposición de la política, la alienación. Pero ¿si desaceleráramos y contempláramos más lo que nos rodea, la belleza, no seriamos más rebeldes, no seriamos como el rebelde Bartebly, que prefirió no hacer algo cuando había que hacerlo? Un poco Dostoievski y un poco Musil.

A una amiga le contaron la historia de como los arquitectos prescindieron de los porches frontales porque estéticamente no resultaban. Pero no fue así: asegura uno de sus parientes que éste fue sólo un pretexto y que el verdadero motivo fue que no querían que la gente se sentara de esta manera, sin hacer nada, meciéndose y hablando. En la penumbra y en el silencio, cuando el tiempo se fija solamente en el reloj de arena, deberíamos recorrer, ahí la estética se encuentra con la ética. Encuentro de dos mundos y sin embargo del mundo ideal. Una perezosa estatua griega, un frustrado vendaval en la tarde veraniega, el silencio interrumpido solamente por el murmullo de la moka de café en la hornilla, algunos extraños silbido en el jardín, el vuelo del mirlo después de la lluvia de agosto.

El filósofo francés Gilles Deleuze concluyó su ensayo «Bartleby o la fórmula» sobre la obra de Melville con un «Bartleby no es un enfermo, sino el médico de una América enferma». Hoy lo sería del mundo entero, de la entera humanidad.

Maurizio Bagatin, junio 2024
Imagen: Edward Hopper, ‘Office In A Small City’ (1953)

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