“La mirada superficial tendida sobre el paisaje,
capta apenas su uniformidad aburrida
sin llegar a ahondar en el espíritu mismo del monte (…)”
Ernesto Guevara: Notas de viaje
El ajayu del arenero es tenaz. Arrastra consigo clepsidras rotas, ciudades sumergidas, huellas olvidadas. No huye; no puede huir: asediado por alucinados corceles y temibles medusas, acechado de brumas en su hipnótico devenir, vaga por los confines y jamás llora
El ajayu de las piedras rojas late, danza, vibra. Atesora la memoria de combates verdaderos donde el honor teñía la tierra y la única recompensa era esa: saberse noble de cuerpo y causa, nunca rendirse, resistir así la piel estalle, vagar por los confines y jamás llorar
El ajayu del agua de la vertiente es incesante. No añora el pasado, no sabe del futuro: simplemente roe, horada, insiste. Esconde sus ansias de arrasar ese mundo que no lo merece. Las wawas lo atajan: las siente su espejo
El ajayu del caminante vuelve, siempre vuelve
La luz inunda de ámbar la puna. El viento cesa. El silencio se puede tocar. El infinito cósmico se derrama, se exhibe, se presenta: el ajayu de las montañas sin nombre es venerable. El ajayu de las montañas sin nombre es invencible.
Pablo Cingolani
Antaqawa, Santa Evita, 26 de julio de 2024
0 Comentarios