El fin del mundo según Frank Zappa


Los tímidos son grandes observadores. Ven los mundos sumergidos que están desparramados en las calles y detectan las transformaciones que ahora llamamos Cambio climático. No se detienen nunca y no dan a ver sus percepciones. Para las emociones, se ofrecen al paso del tiempo, a un espacio que parece destinado solo a ellos y luego, silenciosos se retiran en sus cuevas. Ahí metabolizarán el destino de sus observaciones y se irán sufriendo del don recibido.

Andan minúsculas figuras de Steinberg, seres imaginarios de Borges, pesadillas de Swedenborg. Andan, pero el verbo no le corresponde. Extraña especie la nuestra, ahora vamos enseñando a los niños como hacer una huerta y retornar a amar el circo, mirar desde arriba toda la belleza que podemos construir abajo; un proceso que será muy largo, larguísimo, y que nosotros muy probablemente no veremos. La ciencia somos nosotros, el acceso a ella es obra del poder.

Un musico maestro en lucidez nos compartió una receta tan poética hasta lograr sumergirnos en la melancolía de todos los tiempos: “No es necesario imaginar que el fuego o el hielo acabarán con el mundo. Hay otras dos posibilidades: una es la burocracia y la otra la nostalgia”.

La tierra baldía es Huesos de sepia, es Trilce que inventa un lenguaje, Ezra Pound en una celda, es la palabra que después del horror busca la paz; el estado de ánimo de un siglo que sigue carcomiendo al ser humano actual. La poesía que hemos leído hasta pestañear, sorbiendo la última gota de miel de la página, oyendo el cascabel que recorría el final de la trama. En los inviernos interiores al calor que hace ceniza: “En la hora violeta, cuando los ojos y la espalda/se alzan del escritorio, cuando el motor humano/aguarda como un taxi palpitando en la espera”. Lo humano cuece la imposible continuidad del sueño. Miramos las estrellas que se abren como un libro para niños, dejamos soñar a los seres que en pantuflas van recorriendo la eternidad, este farol generacional que alumbra el presente. Recorremos el camino de las duras palabras, antes de fijarlas en la página: “Hoy tan sólo esto podemos decirte:/lo que no somos, lo que no deseamos”. Y al hueso de la palabra, en su esculpida significación, seguir buscando otra posibilidad, la contemplación: “La tarde cocinera se detiene/ante la mesa donde tu comiste;/y muerta de hambre tu memoria viene/sin probar ni agua, de lo puro triste”.

Tiembla la tierra al oír el grito de su entraña. Un vacío que va llenándose de movimientos, William Blake y el paisaje onomatopéyico de sus imaginaciones, hormigas circunnavegando atajos sin fin, las voces de cristal de un cualquier espasmo; acompaño esta tarde con la luz que deja filtrar el árbol de tajibo que “sin los ojos de la ilusión...no sería diferentes de los otros arboles”. La vida es una colección de causas y efectos, de luces y sombras. De traspiés e imperfecciones. De finales hechos de interminables papeleos y nuestra inexpugnable nostalgia.

Maurizio Bagatin, 4 de julio 2024
Imagen: Calle 27 de agosto, Cochabamba, Bolivia

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